“De Podemos,
me gustan sus votantes, pero no sus dirigentes”, ha dicho en más de una ocasión,
un señor que no tiene pelos en la lengua (sólo le crecen cuando habla de Fidel),
cosa que se ha podido comprobar de modo fehaciente cuando ha habido que intubarlo
para la operación a la que ha sido sometido recién: a mejorarse, buen hombre. Me
estoy refiriendo a Joaquín Sabina, claro, al que Andalucía, su tierra de
nacencia, le acaba de conceder un premio gordo, Hijo Predilecto; por cierto, un
siglo después de que lo hiciera Buenos Aires, o sea, el proverbial menosprecio
de España a los triunfadores que saben hacer la o con un canuto, y no digamos
si saben hacer sonetos. He hablado del uso del canuto para hacer la o, no para fumar,
ni esnifar, que ésa es otra: otra razón por la que el individuo fuera
largamente denostado por algunos; a ésos habría que recordarles que Rubén
Darío, la gran cumbre de la poesía hispana, se ponía hasta las cejas de
alcoholes. Y que conste en acta que las drogas y el alcohol (otra droga) sólo
acarrean muchas desgracias: se llame Joaquín (ictus) o se llame Rubén
(cirrosis). A propósito del premio andaluz: espero que Sabina no se muera
pronto (si así fuere, sería santo laico súbito), porque como lo haga sin haber
recibido el “Princesa de Asturias”, ex aequo con Serrat (otro genio víctima de
la droga: el tabaco) me presento un día en Oviedo y les monto un pollo a los
señores de la Fundación. Bueno, que me enrollo cantidad: que no puedo estar más
de acuerdo con Joaquín en lo que a Podemos se refiere. Es que no se puede decir
de mejor manera.
El respeto a los votantes. Son tantas las
golferías que han perpetrado los partidos tradicionales, que sí, que han
prestado un impagable servicio a la estabilidad democrática y a la prosperidad
de España, les decía que los partidos de siempre han hecho tantas y tan gordas,
han provocado tanta indignación en la ciudadanía en general y en la del gran
ejército de desempleados en particular, que los cinco millones de votos de
Pablo se me antojan escasos.
El desafecto a sus dirigentes. No sé cuáles
serán las razones de Sabina, pero en lo a mí respecta, pienso que los
dirigentes morados son unos pescadores de “artes antiguas” que lo único que han
hecho es aprovecharse de que el río no sólo está revuelto, está embarbascado,
putrefacto, corrompido (ya salió la palabra): el río está imposible de
corrupción. He dicho simples pescadores, sí, a más de atrabiliarios, claro. Si el
muchacho de la coleta, además del apéndice piloso, tuviese algo más en la
cabeza (he conocido profesores mejor preparados), les aseguro que en lugar de
cinco, habrían sido diez los millones de peces, cuando menos. ¿Y todo por qué?
Por la degeneración de los partidos tradicionales, consecuencia a su vez de
haber dejado todo el poder en sus manos (no hay institución que no hayan
corrompido), que ni el mismísimo Felipe, cuando sus mayorías absolutas, pudo
librarse de la cosa: “Con ese hombre (Boyer) en el gobierno, yo no domino el
partido”, le espetó Alfonso Guerra. Total, que tuvo que cargárselo, perdidito
que estaba ya por Isabel, pendiente ya, a su vez, de Mario.