Cada vez que escucho a Bebe, me acuerdo del gran genio, quién va a ser,
don Camilo José Cela, al que el otro día, en presencia del rey, le fueran
rendidos los máximos honores literarios, con motivo del centenario de su
nacimiento, y del que dice Andrés Amorós, que le trató mucho, que, en contra de
lo que opinan los que jamás lo han leído, era un señor de educación exquisita:
"Lo importante es tener voz propia y lo demás son ganas de marear", era
uno de sus mandamientos. Bebe,
mismamente. En los últimos tiempos, nadie ha irrumpido en el proceloso mundo de
la música con una voz y un estilo más personal que ella. Y dotada además de una
sensibilidad a flor de "Cambio de piel", que así se titula lo último
suyo.
De Bebe, uno conocía el "malo, malo, malo" de sus comienzos;
mas como aquello fuera usado por el feminismo militante, movimiento del cual
tengo un concepto perfectamente mejorable (mi concepto es de la neurociencia:
la mujer es más inteligente que el hombre), mi opinión de su autora quedaría,
ay, erróneamente estigmatizada, y ya se sabe lo que dijo otro genio, Einstein:
"Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio". Pero mira tú
por dónde, este verano, mis nietas se presentan en casa, la una, con el último
disco de Malú, y la pequeña, seis años, con el último de Bebe (peor es lo de
mis nietos: el uno es del Barça y el otro del Madrid). Solución: viajes de ida,
Malú; viajes de vuelta, Bebe. O viceversa. Y es así como he tenido la fortuna
de desintegrar mi prejuicio sobre nuestra magnífica artista, y digo nuestra,
porque más "nosotros" no puede ser: nunca, jamás, fue tan bello, tan
lírico, nuestro acento como en boca de Bebe, que por lo visto, según Umbral,
ése es el secreto: hacer universal lo local. Justamente lo que hace María
Nieves, nombre tan bonito como el otro: según he sabido, es muy grande la
pasión que Bebe desata en las lejanas Rusias, o sea, que algo tiene que tener
el agua de su música y el aire de su voz cuando la bendicen por ahí fuera, que
no creo yo que los rusos entiendan el español pasado por Extremadura (es lo que
me pasa a mí con Elton John, o Sinatra, o Dylan).
Y
hablando de Extremadura, tan reciente el día de su fiesta: no sé a qué esperan
los señores del jurado para concederle la Medalla de la Comunidad. ¿Que ya
habrá tiempo? Ya es el tiempo. Los del Príncipe de Asturias, a Fernando Alonso,
por correr mucho con un coche, y por ser asturiano, claro, le dieron muy pronto
el premio. ¿Que tiene más mérito lo de Alonso que lo de Bebe? Eso lo dirá
usted. Es lo mismo que si usted me dijera que vale más lo que hace el mocito
ese tan veloz, Usain Bolt, que media verónica de Curro Romero. La gracia, la
sensibilidad, la sencillez, el lirismo, la personalidad con la que canta Bebe,
valen más que todos los acelerones de la fórmula uno. A ver si vamos a
concederle la medalla después de que los rusos la hayan condecorado, que nada
me extrañaría.
Bebe, mi nieta te adora. Yo también.