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Una cuestión personal


    “Con ciento setenta, a ver quién es el guapo que se atreve a decir no”, dijo don Guillermo, al cual, siquiera sea por el corporativismo que siempre ha existido entre los médicos, compréndanlo, vuelvo a  llamarle “el hombre sensato”. No hace falta decir que el guapo ha dicho no. Eso para empezar.

   Hace ya su buen cuarto de siglo, nos reunimos cuatro personas para tratar de un contencioso que afectaba a cientos de vecinos. En la hora larga que duró la cosa, el letrado que llevaba el asunto, no sólo me ignoró por completo (era la primera vez que nos veíamos), sino que, cuando quise intervenir, sin tan siquiera mirarme, atropelló mi palabra con la suya. “A este tío no lo vuelo yo a mirar a la cara en toda la vida”, me dije. Y hasta hoy. Desoyendo los consejos de personas sensatas, me desgajé del grupo y tiré por mi cuenta. Resultado: fui el único que no recuperó los dineros, el equivalente al trabajo de todo un año, lo que no es ninguna broma. Y todo por una aversión personal (lo volvería a hacer: lo puedo soportar todo, menos el ninguneo).

   Pues bien, una cuestión personal es la única/última razón a la que han llegado los más finos analistas para explicar la cerrazón del guapo de Pedro (que por lo visto es guapo de verdad), cerrazón que, según los entendidos, además del bloqueo institucional y del consiguiente cabreo de la ciudadanía por la amenaza de otras elecciones, nos puede costar muy caro: Bruselas nos espera con una guadaña de muchos miles de millones. Y aquí viene mi reflexión: ¿puede un dirigente político jugar con el pan de los demás por una aversión personal? Me da a mí que no.

   Señor Pedro (así se dijo de toda la vida): si a mí, un señor al que le tiendo la mano, en lugar de estrechármela, va y se abrocha la chaqueta, tal que le hizo a usted el señor Mariano, le aseguro que le hubiera tratado como al citado letrado: no volvería a mirarlo en toda mi vida. Por muy limpio de Bárcenas y ERES que estuviese. Pero lo mío fue por una cosa particular. Yo le entiendo muy bien, pero usted no puede permitirse el lujo de actuar como yo. Usted no se juega su dinero: usted se juega un dinero que le vendría muy bien a los españoles más necesitados. Y hacer eso por una cuestión personal, es una cosa muy fea. Le voy a recordar algo: don Manuel Fraga, qué le voy a decir yo de don Manuel Fraga, y don Santiago Carrillo, qué le voy a decir yo de don Santiago Carrillo, tenían biografías e idearios políticos tan opuestos… Pues bien, en aras de la convivencia entre los españoles, el primero, un buen día, contra vientos y mareas, y qué vientos, y qué mareas, se lió la manta a la cabeza y, con un par, presentó al segundo en el Club Siglo XXI: enemigos irreconciliables que eran.

   En fin, yo sé que sería mucho pedirle que se acordara de lo de Fraga y Carrillo, pero se lo voy a poner más sencillo: el asco que Felipe le tenía a Aznar no era menor que el que usted le tiene a Rajoy. Y le dejó gobernar.

 

 

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