Lo dijo muy bien dicho, "Todo lo que era sólido", 2013, mi envidiado Muñoz Molina, que, a lo que
se ve, lo de ir en bicicleta no es por la cosa de la ecología y la salud, no: es porque un día que iba
por la Quinta Avenida (vive en Nueva York la mitad del año), a la grupa de su viejo caballo
comunista, se pegó, cual Pablo de Tarso contemporáneo, un costalazo tan monumental, que
desde entonces no ha vuelto a subirse al animal (creo que lo vendió): "Pero más grave que la
'legalidad dudosa' a la que alude la definición (pelotazo, según la Academia) y que la grosera
ilegalidad de tantos hechos corruptos..." Y así sigue un buen rato. Muchacho listo que es, Antonio
se atreve con la solución: "Entre todos los errores de la Transición, uno de los más graves no lo ha
mencionado casi nadie: la incapacidad de crear una administración pública profesional, solvente,
austera, ajena a la política y a los vaivenes electorales, escrupulosamente sujeta a la ley." Ahí es
nada. Sea por lo que fuere, lo cierto es que la 'solución Molina' ha fracasado.
Y aquí entra lo mío.
Tranquilos, ya sé que yo no soy tan listo, ni escribo tan bien como Antonio, qué más quisiera yo,
pero algo habrá que hacer, además de acabar la docena de frenopáticos que se están
construyendo para albergar a tanto psicópata del dinero, que no es cuestión de dejarlos tirados en
la calle, pobres enfermos (está de moda la corrupción del PPP, Partido Popular y Pujoles, pero el
futuro promete mucho al respecto: no se olvide que en Andalucía hay seiscientos imputados y
cuatro mil millones de euros volatilizados, con la cosa de los eres y otros pozos sépticos
dinerarios, entre los que no faltan presidentes de la Junta, consejeros, directores generales,
sindicalistas y otros etcéteras). Lo ideal sería hacer una excepción excepcional -a grandes males,
grandes remedios- con la bendita "presunción de inocencia", a saber: trocarla por la "presunción
de culpabilidad" para los políticos. Dicho de otra manera: que todos los meses hubiesen de volver
del revés en público los bolsillos del pantalón y de la chaqueta, tal que hacíamos de chicos
cuando queríamos demostrar que no habíamos robado nada: ¡que me caiga p'atrás muerto! Eso
sería lo ideal, ya digo. Pero es una medida inviable, ay: habría que cambiar la Constitución, que es
muy respetuosa con los bolsillos. Descartada, pues, la medida anterior, se me ha ocurrido otra que
no tiene nada de anticonstitucional. Se me vino a la cabeza el otro día, al acordarme, no sé por
qué, de cuando, siglos ha, llegaba la hora de 'encerrar' la paja. Cuando el pajar estaba a punto de
rebosar, los últimos sacos nos tocaba vaciarlos a los muchachos, que sólo nuestros menudos
cuerpos cabían en el irrespirable resquicio que restaba hasta el techo. Pues justo eso es lo que yo
haría con todo aquél que pretenda dedicarse a la política: encerrarlo una semana, con un barril de
agua (nada de sadismo), en un pajar repleto de billetes de cien euros, falsos, por supuesto, en el
referido resquicio que quedaba entre la paja y el techo. No creo que después le quedasen muchas
ganas de volver a acercarse al dinero. Vamos, digo yo.
se ve, lo de ir en bicicleta no es por la cosa de la ecología y la salud, no: es porque un día que iba
por la Quinta Avenida (vive en Nueva York la mitad del año), a la grupa de su viejo caballo
comunista, se pegó, cual Pablo de Tarso contemporáneo, un costalazo tan monumental, que
desde entonces no ha vuelto a subirse al animal (creo que lo vendió): "Pero más grave que la
'legalidad dudosa' a la que alude la definición (pelotazo, según la Academia) y que la grosera
ilegalidad de tantos hechos corruptos..." Y así sigue un buen rato. Muchacho listo que es, Antonio
se atreve con la solución: "Entre todos los errores de la Transición, uno de los más graves no lo ha
mencionado casi nadie: la incapacidad de crear una administración pública profesional, solvente,
austera, ajena a la política y a los vaivenes electorales, escrupulosamente sujeta a la ley." Ahí es
nada. Sea por lo que fuere, lo cierto es que la 'solución Molina' ha fracasado.
Y aquí entra lo mío.
Tranquilos, ya sé que yo no soy tan listo, ni escribo tan bien como Antonio, qué más quisiera yo,
pero algo habrá que hacer, además de acabar la docena de frenopáticos que se están
construyendo para albergar a tanto psicópata del dinero, que no es cuestión de dejarlos tirados en
la calle, pobres enfermos (está de moda la corrupción del PPP, Partido Popular y Pujoles, pero el
futuro promete mucho al respecto: no se olvide que en Andalucía hay seiscientos imputados y
cuatro mil millones de euros volatilizados, con la cosa de los eres y otros pozos sépticos
dinerarios, entre los que no faltan presidentes de la Junta, consejeros, directores generales,
sindicalistas y otros etcéteras). Lo ideal sería hacer una excepción excepcional -a grandes males,
grandes remedios- con la bendita "presunción de inocencia", a saber: trocarla por la "presunción
de culpabilidad" para los políticos. Dicho de otra manera: que todos los meses hubiesen de volver
del revés en público los bolsillos del pantalón y de la chaqueta, tal que hacíamos de chicos
cuando queríamos demostrar que no habíamos robado nada: ¡que me caiga p'atrás muerto! Eso
sería lo ideal, ya digo. Pero es una medida inviable, ay: habría que cambiar la Constitución, que es
muy respetuosa con los bolsillos. Descartada, pues, la medida anterior, se me ha ocurrido otra que
no tiene nada de anticonstitucional. Se me vino a la cabeza el otro día, al acordarme, no sé por
qué, de cuando, siglos ha, llegaba la hora de 'encerrar' la paja. Cuando el pajar estaba a punto de
rebosar, los últimos sacos nos tocaba vaciarlos a los muchachos, que sólo nuestros menudos
cuerpos cabían en el irrespirable resquicio que restaba hasta el techo. Pues justo eso es lo que yo
haría con todo aquél que pretenda dedicarse a la política: encerrarlo una semana, con un barril de
agua (nada de sadismo), en un pajar repleto de billetes de cien euros, falsos, por supuesto, en el
referido resquicio que quedaba entre la paja y el techo. No creo que después le quedasen muchas
ganas de volver a acercarse al dinero. Vamos, digo yo.