BANDERILLAS
NACIONALES
Primer acto. El otro
día, el buen torero extremeño, Antonio Ferrera, al ser silbado, plaza de
Bilbao, por algunos aficionados cuando se disponía a poner banderillas
adornadas con los colores de la enseña nacional, se plantó ante el respetable y
dijo sin abrir la boca que verdes las han segado. Como era de esperar, el
valiente gesto fue tan comentado como encomiado por los que, más que nunca, nos
sentimos españoles, una inmensa mayoría, y digo más que nunca, porque ya va
estando uno un poquito cansado de tanto vilipendio de parte de una “inmensa
minoría” (Juan Ramón Jiménez): hasta los mismísimos, por usar las palabras de Carlos
Herrera Crusset (él dijo otra cosa más ovoide), el gran locutor, qué buen
médico se ha perdido, pero en fin.
Segundo acto. Días después, misma plaza. Cayetano
les dice a los suyos que retiren las banderillas ‘oficiales’ y que las
sustituyan por otras envueltas en papeles rojos, amarillos, rojos. Como estaba cantado,
cierta parte de la concurrencia se pone a silbar a modo, pero no lo suficiente
para impedir la suerte (por qué se dirá “la suerte de varas”, “la suerte de
banderillas”, etc.). Efectivamente, los mozos subalternos hacen su oficio con
mucha destreza y grande decoro, de modo y manera que durante el resto de la
lidia los colores de la bandera de España ‘ondearon’ en lo alto del morro
ensangrentado del animal. Si el gesto de Ferrera fue aplaudido por las Españas,
el de Cayetano ni te cuento. Y aquí paz y después gloria taurina.
Total, que ya hemos llegado a donde yo
quería llegar: los colores de la bandera de España ‘ondeando’ en lo alto del
morro de un animal. Y aquí vienen mis preguntas: ¿el morro de un toro es sitio
suficientemente digno para albergar los colores nacionales? Lo dudo. Ítem más:
en el caso de que los banderilleros no hubiesen estado finos, ¿la bandera de
España merece yacer en la arena, a riesgo de ser pisoteada? Me da a mí que no.
En resumidas cuentas: la bandera nacional, como símbolo supremo de la nación
española que es, ¿o no?, debe de estar donde tiene que estar, toma ya: en los
lugares más dignos; presidiendo los actos más solemnes. Y lo demás son bobadas
y tonterías. Una vez, en cierta plaza de toros, desde unos urinarios africanos
me asomé por una ventana a los exteriores, y me encontré con la bandera de
España presidiendo el festejo, y aquel contraste no me gustó nada, lo que se
dice nada, vamos, que no me pareció nada solemne.
Aclarando que es gerundio. Si yo hubiera nacido
en Francia, me sentiría francés por los cuatro costados, pero como he nacido en
España, me siento español, no por los cuatro, sino por los cinco, que hubiera
dicho Maduro, esa lumbrera: “¿no son cinco los puntos cardinales?”. Y como
español que soy exijo el más digno trato a los colores de la bandera de mi país.
Modestamente, uno no cree que lo sea el pincharlos en el morro chorreante de un
toro. No sé si me han entendido. Ah, y tres cuartos de lo mismo para el himno
nacional: ¿veintidós tíos corriendo tras una pelota es un hecho tan solemne
como para merecer ser recibidos a los acordes de los himnos nacionales? Vamos
anda.