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ROCÍO JURADO VIVE

                                                
                                               
   Como se lo cuento: Rocío Jurado vive. Ahora se llama Pilar Boyero.
  Ya sé que está feo que yo lo diga, pero en lo de la música y la escritura, donde pongo el ojo, pongo la bala, me da lo mismo el tamaño o la modalidad: alguna canción de Elton John no le tiene envidia alguna al mejor de los grandes clásicos, ¡qué pasa!; Juan Ramón tiene un poema de dos versos que es la caña de España: “No ‘le’ toques ya más/que así es la rosa”. Sigamos. “El arte tiene que conmover”, reza la más certera definición que conozco (el arte que no conmueve, ni es arte ni es ‘na’). Pues bien, la otra noche, Pilar Boyero me conmovió con su voz, y claro, no me iba yo a estar quieto con mi conmoción: apunté con un ojo y la bala le atravesó el corazón.
  Uno tenía barruntos, cómo no, de la moza (en el coche anda, tiempo ha, un disco suyo). Pero claro, pasó lo de siempre: “¿Cómo va a ser listo Unamuno, si estuvo conmigo en la escuela?”. ¿Cómo va a ser Pilar una grandísima cantante, si nació aquí al lado? Sea por lo de la escuela, sea porque yo no estuve fino en su momento, sea porque Pilar ha mejorado de modo espectacular, lo cierto y verdad es que la otra noche me dejó “la bouche ouverte” (es que soy de francés). 
   He dicho que es Rocío Jurado con otro nombre, y es verdad: tanto por la tesitura de su voz, de todos los colores, cuanto por el dominio asombroso del diafragma (en eso, el amo fue Sinatra; de la voz ni te hablo). Pues bien, con ambos aditamentos, si uno cierra los ojos (yo lo hice), tiene la sensación de estar escuchando a la anterior Rocío, tal es la madurez vocal y artística de Pilar, de pie o sentada, con micrófono o sin él, que hizo una “excursión”, sola con su voz, por entre el público del magno y coloreado recinto al aire libre, que fue para echarse a temblar: homenaje a Carmen Amaya. Por cierto, no sólo le echa un pulso a Rocío: Pilar supera con creces a María Jiménez cuando se atreve con su rumba más famosa. Emotivo, asimismo, el homenaje al gran Carlos Cano.
   No faltará quien diga que el parecerse tanto a Rocío es un demérito. Vamos anda. ¿Desmerece algo que el primigenio Serrat imitase a George Brassens? ¿O que el primer Sabina mirase de reojo a Dylan? Calla, por Dios. Por si querían algo más sobre el particular, a los clásicos del Siglo de Oro no les dolían prendas, de modo y manera que, con toda naturalidad, ponían encima del poema: “Imitación de Horacio”, “Imitación de Ovidio”, etc.
  “Donde no hay estudios, buena gana”, le decía el casero a un amigo mío, ya muerto. Es que a Pilar se le nota mucho que tiene estudios: cada palabra en su sitio; y cada aplauso, redirigido de inmediato con la máxima sencillez al dignísimo grupo de músicos que la acompañan, bailaor incluido: “¡A ellos!” A este respecto, Pilar es lo más parecido a la más grande señora que ha pisado un escenario: María Dolores Pradera.
  En fin, que el día que Pilar se convenza de lo que vale, se sale del mapa.    
 



     

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