Que un señor, que aún sigue perteneciendo a
la banda terrorista que un día pusiera una bomba en un hipermercado de
Barcelona, con el horrendo saldo de 21 cadáveres (54 muertos y 244 heridos en
toda Cataluña), sea tratado como una figura estelar por las mesnadas
independentistas, me parece algo tan sin sentido, tan bochornoso, tan
nauseabundo, que, ya digo, se me caería la cara de vergüenza. ¿Se imaginan que,
dentro de unos años, muerto el imán instigador de la masacre de las Ramblas,
fuese aclamado el imán de turno por la multitud? Justamente eso es lo que los
descerebrados independentistas hicieron el otro día con Arnaldo. A tal grado de
locura ha llegado una parte de la sociedad catalana.
Lo de Otegi sería, sí, la ‘anécdota’ dramática
del problema, a la cual no se habría llegado nunca, si no hubiera acontecido la
‘anécdota’ cómica previa. A saber: que en el Senado (cámara que sólo sirve para
gastar cinco mil millones al año), un día fuese menester el uso de traductores
para que los asistentes pudiesen entender a un catalán nacido en Iznájar, Córdoba:
el pobre Montilla. Sí, ya sé que esto lo tengo escrito varias veces, pero es
que a mí no hay quien me quite de la cabeza que aquella consentida soplapollez,
mamarrachada, majadería, idiotez, imbecilidad, es parte del caldo de cultivo
que ha acabado desembocando en el envenenamiento, enconamiento, encanallamiento
presente. “Un día empiezas matando viejecitos y acabas dejando de ir a misa”,
dijo alguien, de cuyo nombre no puedo acordarme. Pues eso es lo que ha pasado
en Cataluña, pero el revés: empiezas multando a los comerciantes que rotulan el
género en castellano, y acabas aclamando al jefe actual de la banda que un día
perpetrase la masacre de Hipercor, hay que joderse y agarrarse para no caerse.
Ortega (no me refiero, por tanto, al viudo de
Rocío) dijo que lo de Cataluña no tiene solución, que tendríamos que
acostumbrarnos a vivir con el problema. Pero no predijo lo peor. Lo peor lo ha
tenido que decir otro José, aunque no tan listo: “Antes de que se rompa España,
se romperá Cataluña” (Aznar). Ésa y no otra es la parte más lacerante/sangrante
del asunto: la ruptura de la convivencia, con o sin referéndum. El que viva lo
ha de ver.