EN
EL NOMBRE DEL PADRE
Agapito Gómez Villa
Que estamos inmersos, de hoz y coz, en una
cultura masculinista (machista me huele a zoología pura, a macho cabrío) es
algo que saben hasta los afroamericanos, antes negros. Pero no una cultura
cualquiera, de ésas que los hueros de la misma se inventan a “ca nona”, que
decía mi madre (a cada nonada): cultura de la violencia, cultura del botellón,
etc., sino una cultura como dios manda, una cultura de siglos: la cultura judeocristiana.
“En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Ahí lo tienen: Tres
personas distintas y ninguna feminista, perdón, femenina (es para que rime). Y
no digamos su predecesor a título de Dios, o sea, Yavé o Jehová. Hacen bien las
feministas en no leer el Antiguo Testamento. Si se enterasen de una cosa
‘concreta’ que dice de la mujer, quemarían más de un libro. El Nuevo Testamento
ya es otra cosa: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Y
la mujer salvó su hermosa cabellera. ¿Que me estoy metiendo en un jardín? Sí,
pero conozco la salida. Hela ahí: “Dios es una Madre”, dijera Juan Pablo I, lo
único que tuvo tiempo de decir en tan fugaz pontificado. Y se lió la de San
Quintín. Fue morirse el buen hombre y nunca más se supo del Dios Madre. ¿Por
qué? Vaya usted a saber. (De la otra religión monoteísta, ni hablamos. En ella,
el trato a la mujer llega más allá del burka: aún en nuestros días, en ciertos
lugares, la propia familia puede matar, y en ocasiones mata, a la hija que hubiere
tenido relaciones impropias. Con eso está dicho todo.)
En resumidas cuentas, que tantos siglos de
masculinismo cultural no se revierten de la noche a la mañana. Lo curioso del
asunto es que el clamor de las calles del pasado 8 ha venido a eclosionar
cuando la mujer ha alcanzado cotas de protagonismo inimaginables hace escasos
lustros. ¿Que queda mucho por andar? Pues les voy a decir una cosa: el camino
recorrido es más largo que el camino a recorrer. Echen la vista atrás y verán
si tengo razón. Si la echan a un lado, o sea, hacia La Meca, comprobarán que
tengo más razón que un santo. Escribió un día Manuel Vicent que el siglo XXI
sería el siglo de la mujer. Yo creo que se pasó de aceleración, que no de
frenada: la primera mitad del XXI tendría que haber dicho. Sí. Apenas alboreada
la centuria, la mujer se está haciendo dueña y señora de importantísimas
parcelas laborales: la medicina, la enseñanza, la judicatura y por ahí seguido.
En el 2050, lo habrán copado todo. Y yo, a mis 99, estaré tan contento.
Eso en cuanto a las raíces culturales.
En cuanto a las raíces biológicas, con la
genética hemos topado, amigo Sancho. O sea, que va a ser muy difícil que el
hombre no mire como hombre un escote femenino. A propósito de la genética: yo
también reivindico la supresión de la “brecha salarial”, esa humillación, pero desde
aquí reivindico asimismo la supresión de la “brecha biológica”, más profunda
que la primera. Resulta que, mientras la mujer es portadora del cromosoma X, el
hombre lleva el Y, una birria de cromosoma. Consecuencia: cuatro viudas por
cada viudo. ¿Es eso justo? Sí: el cromosoma X es el ‘premio’ que la evolución
ha concedido al individuo gestante de la especie. Ah, entonces me callo.