COINDICENCIAS
Agapito Gómez Villa
He visto en los periódicos que Stephen Hawking ha muerto el mismo día en que murió Einstein. Pero lo que no he visto es esto otro, no menos sorprendente: que nació el mismo día en que murió Galileo. No conforme con lo anterior, se dio maña asimismo de "emparentar" con el otro gigante, Newton, quién va a ser: ocupó la cátedra de matemáticas que en Cambridge regentase don Isaac. Galileo, Newton, Einstein, Hawking. Sólo falta Arquímedes para la delantera ideal, a la antigua usanza, claro.
Y ahora me toca a mí. Válgame el cielo que yo pretenda relacionar mi insignificante persona con la muerte de semejante portento (uno ya tiene bastante con haber nacido el mismo día que Bertrand Russell y Juan Pablo II, ¡un ateo y un santo!), pero si me prometen mantenerme el secreto, les contaré una cosa, tan cierta como Agapito que me llamo, lo juro por mis nietos: a la hora en que moría nuestro hombre, yo estaba leyendo su biografía: "Stephen Hawking. Una vida para la ciencia", de Michael White y John Gribbin. En las madrugadas de insomnio, me levanto y escojo un libro cualquiera, ya leído, y qué casualidad, esa noche tocó el de Hawking. Se pueden imaginar la sorpresa que me llevé cuando, al despertar, lo primero que me encuentro es el siguiente whastsapp de mi hermano el chico: "Con la muerte de Stephen Hawking, el científico plegable (Manuel Alcántara dixit), hoy, las cadenas de televisión se pasarán la mañana entera conectando con su pueblo y entrevistando a sus vecinos" (la ironía es inherente a la familia). Pero no queda ahí la cosa: unas horas antes, había dejado a medias la película sobre su vida, "Teoría del Todo".
Cuando le preguntaron al sabio acerca de la coincidencia de su nacimiento con la muerte de Galileo, respondió: "Alrededor de otros 200.000 niños nacieron aquel mismo día, de modo que quizá, después de todo, no sea una coincidencia tan sorprendente". A saber cuántos miles de personas estábamos leyendo su biografía en el momento de su muerte. Y hablando de muerte: "Cuando caigo en la tentación de compadecerme, me acuerdo del joven de mi edad que, a mi lado en el hospital, murió de leucemia", confesara el gran paralítico.
"No hay placer comparable al conocimiento de la verdad", Platón. Uno está más con la matización de Hawking: "El inmenso placer de descubrir algo: no es tan intenso como el sexo, pero dura más". Uno, claro, no ha descubierto nada, pero Borges me lo dejó dicho para la ocasión: "Muchos presumen de los libros que han escrito; yo prefiero presumir de los libros que he leído". Magnífico. Gracias a Hawking, uno ha tenido el inmenso placer, no sólo de aproximarse al origen de "nuestro" universo y asomarse al brocal, "horizonte de sucesos", de un agujero negro (¿para cuándo el Nobel?), sino de entusiasmarse con las genialidades de los genios, entre las cuales brilla con luz de supernova, gracias maestro, el más portentoso resplandor de la mente humana, según el propio Hawking: el llamado "principio de equivalencia" entre la gravitación y el movimiento uniformemente acelerado, del santo patrón de todos ellos, san Alberto Einstein. Ah, y gracias a Hawking sé de dónde vengo, quién soy, dónde vivo y dónde acabaré. Dale un fuerte abrazo a Carl Sagan.
Agapito Gómez Villa
He visto en los periódicos que Stephen Hawking ha muerto el mismo día en que murió Einstein. Pero lo que no he visto es esto otro, no menos sorprendente: que nació el mismo día en que murió Galileo. No conforme con lo anterior, se dio maña asimismo de "emparentar" con el otro gigante, Newton, quién va a ser: ocupó la cátedra de matemáticas que en Cambridge regentase don Isaac. Galileo, Newton, Einstein, Hawking. Sólo falta Arquímedes para la delantera ideal, a la antigua usanza, claro.
Y ahora me toca a mí. Válgame el cielo que yo pretenda relacionar mi insignificante persona con la muerte de semejante portento (uno ya tiene bastante con haber nacido el mismo día que Bertrand Russell y Juan Pablo II, ¡un ateo y un santo!), pero si me prometen mantenerme el secreto, les contaré una cosa, tan cierta como Agapito que me llamo, lo juro por mis nietos: a la hora en que moría nuestro hombre, yo estaba leyendo su biografía: "Stephen Hawking. Una vida para la ciencia", de Michael White y John Gribbin. En las madrugadas de insomnio, me levanto y escojo un libro cualquiera, ya leído, y qué casualidad, esa noche tocó el de Hawking. Se pueden imaginar la sorpresa que me llevé cuando, al despertar, lo primero que me encuentro es el siguiente whastsapp de mi hermano el chico: "Con la muerte de Stephen Hawking, el científico plegable (Manuel Alcántara dixit), hoy, las cadenas de televisión se pasarán la mañana entera conectando con su pueblo y entrevistando a sus vecinos" (la ironía es inherente a la familia). Pero no queda ahí la cosa: unas horas antes, había dejado a medias la película sobre su vida, "Teoría del Todo".
Cuando le preguntaron al sabio acerca de la coincidencia de su nacimiento con la muerte de Galileo, respondió: "Alrededor de otros 200.000 niños nacieron aquel mismo día, de modo que quizá, después de todo, no sea una coincidencia tan sorprendente". A saber cuántos miles de personas estábamos leyendo su biografía en el momento de su muerte. Y hablando de muerte: "Cuando caigo en la tentación de compadecerme, me acuerdo del joven de mi edad que, a mi lado en el hospital, murió de leucemia", confesara el gran paralítico.
"No hay placer comparable al conocimiento de la verdad", Platón. Uno está más con la matización de Hawking: "El inmenso placer de descubrir algo: no es tan intenso como el sexo, pero dura más". Uno, claro, no ha descubierto nada, pero Borges me lo dejó dicho para la ocasión: "Muchos presumen de los libros que han escrito; yo prefiero presumir de los libros que he leído". Magnífico. Gracias a Hawking, uno ha tenido el inmenso placer, no sólo de aproximarse al origen de "nuestro" universo y asomarse al brocal, "horizonte de sucesos", de un agujero negro (¿para cuándo el Nobel?), sino de entusiasmarse con las genialidades de los genios, entre las cuales brilla con luz de supernova, gracias maestro, el más portentoso resplandor de la mente humana, según el propio Hawking: el llamado "principio de equivalencia" entre la gravitación y el movimiento uniformemente acelerado, del santo patrón de todos ellos, san Alberto Einstein. Ah, y gracias a Hawking sé de dónde vengo, quién soy, dónde vivo y dónde acabaré. Dale un fuerte abrazo a Carl Sagan.