LA FOTO
Agapito Gómez Villa
Cuando los renglones del libro empiezan a mezclarse, me calzo los auriculares y me quedo dormido con ellos puestos. "La del alba sería", cuando, la otra mañana, oigo entredormido algo que me devuelve perplejo a la vigilia. Al principio, dudé si vendría de un sueño, pero pronto saldría de la duda: en cuanto recordé que me dormí oyendo la SER, emisora que jamás escucho (no puedo soportar a la gente que se dedica a reabrir las trincheras de la guerra, pero es la única (La Janda) que se oye con cierta nitidez en la costa gaditana; "el general genocida" le llama a Queipo de Llano una voz femenina). El locutor pide fotos y otros documentos que ayuden al cumplimiento de la Memoria Histórica, 'Hemiplejia histórica' más bien. De pronto, se me vino a la cabeza la foto: la de un libro de Stanley Payne, el hispanista americano ése, al que se le ha ido la pinza por completo. ¡Pues no se le ocurre, al muy insensato, hablar bien de España! En su último libro, "En defensa de España", llega a extremos de verdadero sonrojo. Y encima, le dan un premio. ¡Serán sinvergüenzas! Bueno, a la que iba.
La foto en cuestión, la que me llevó en su día a estas reflexiones, viene en la portada de "El colapso de la República", magnífica obra del 'demente' Stanley. Se trata de una foto 'panorámica' de una mesa electoral de las elecciones del 36, las que dieron la victoria (fraudulenta: demostrado) al Frente Popular, en la que se ve con absoluta claridad la cara de todos los retratados, una monja entre ellos (se ve por el atuendo). Manda carallo, que diría un galaico: con la cantidad de conversaciones que uno lleva a las espaldas sobre el particular y que a nadie se le haya ocurrido decir, por ejemplo: "El abuelo de un amigo mío viene en un libro de un americano sobre la República". O esto otro: "La mujer que aparece en la acera mirando los cadáveres, en la foto que puso el profesor Moradiellos en su conferencia, era conocida de mi abuela". O lo de más allá. Pues nada, ni una palabra acerca de la iconografía de las incontables publicaciones sobre nuestra maldita guerra (aunque le llamaron Cruzada, de bendita tuvo poco). Y mira que hay libros. Y mira que hay fotos. ¿Es que no tenían, acaso, familiares los miles de retratados?
Al menos, Don Ramón Carande, el gran historiador semiextremeño (reposa en Almendral), tuvo más suerte a este respecto: no una simple foto, no; conoció "a un soldado que había visto a Napoleón". Uno, a lo máximo que ha llegado es a charlar con una señora que, al acabar yo muy ufano mi disertación sobre el pollo que le montó a Franco el que fuera obispo de Coria, don Pedro Segura Sáez (como arzobispo de Sevilla, se negó a figurar en el protocolo detrás de la esposa del generalísimo), me dijo la mujer, muy educada: "Sí, se lo oí contar a mi padre, que era entonces el alcalde de Sevilla y estuvo en el asunto".
En fin, a ver si tienen más suerte que yo los guerracivilistas de la emisora.
(Qué disgusto se va a llevar Curro Romero cuando se entere de que, de muchacho, estuvo cuidando los cerdos de un genocida.)
Agapito Gómez Villa
Cuando los renglones del libro empiezan a mezclarse, me calzo los auriculares y me quedo dormido con ellos puestos. "La del alba sería", cuando, la otra mañana, oigo entredormido algo que me devuelve perplejo a la vigilia. Al principio, dudé si vendría de un sueño, pero pronto saldría de la duda: en cuanto recordé que me dormí oyendo la SER, emisora que jamás escucho (no puedo soportar a la gente que se dedica a reabrir las trincheras de la guerra, pero es la única (La Janda) que se oye con cierta nitidez en la costa gaditana; "el general genocida" le llama a Queipo de Llano una voz femenina). El locutor pide fotos y otros documentos que ayuden al cumplimiento de la Memoria Histórica, 'Hemiplejia histórica' más bien. De pronto, se me vino a la cabeza la foto: la de un libro de Stanley Payne, el hispanista americano ése, al que se le ha ido la pinza por completo. ¡Pues no se le ocurre, al muy insensato, hablar bien de España! En su último libro, "En defensa de España", llega a extremos de verdadero sonrojo. Y encima, le dan un premio. ¡Serán sinvergüenzas! Bueno, a la que iba.
La foto en cuestión, la que me llevó en su día a estas reflexiones, viene en la portada de "El colapso de la República", magnífica obra del 'demente' Stanley. Se trata de una foto 'panorámica' de una mesa electoral de las elecciones del 36, las que dieron la victoria (fraudulenta: demostrado) al Frente Popular, en la que se ve con absoluta claridad la cara de todos los retratados, una monja entre ellos (se ve por el atuendo). Manda carallo, que diría un galaico: con la cantidad de conversaciones que uno lleva a las espaldas sobre el particular y que a nadie se le haya ocurrido decir, por ejemplo: "El abuelo de un amigo mío viene en un libro de un americano sobre la República". O esto otro: "La mujer que aparece en la acera mirando los cadáveres, en la foto que puso el profesor Moradiellos en su conferencia, era conocida de mi abuela". O lo de más allá. Pues nada, ni una palabra acerca de la iconografía de las incontables publicaciones sobre nuestra maldita guerra (aunque le llamaron Cruzada, de bendita tuvo poco). Y mira que hay libros. Y mira que hay fotos. ¿Es que no tenían, acaso, familiares los miles de retratados?
Al menos, Don Ramón Carande, el gran historiador semiextremeño (reposa en Almendral), tuvo más suerte a este respecto: no una simple foto, no; conoció "a un soldado que había visto a Napoleón". Uno, a lo máximo que ha llegado es a charlar con una señora que, al acabar yo muy ufano mi disertación sobre el pollo que le montó a Franco el que fuera obispo de Coria, don Pedro Segura Sáez (como arzobispo de Sevilla, se negó a figurar en el protocolo detrás de la esposa del generalísimo), me dijo la mujer, muy educada: "Sí, se lo oí contar a mi padre, que era entonces el alcalde de Sevilla y estuvo en el asunto".
En fin, a ver si tienen más suerte que yo los guerracivilistas de la emisora.
(Qué disgusto se va a llevar Curro Romero cuando se entere de que, de muchacho, estuvo cuidando los cerdos de un genocida.)