SOY UN FACHA, POR LO VISTO
Agapito Gómez Villa
No he sido yo nunca muy de manifestaciones, ni de mítines y esas cosas. De estudiante en Salamanca, en ninguna algarada estudiantil se me vio jamás el pelo, abundoso entonces. Nunca fui capaz de ‘conectar’ con el espíritu de las convocatorias y muchos menos con los convocantes, que me parecían un poquito sobreactuantes. Qué se la va a hacer. En esto que llega la Santa Transición (un respeto a Umbral) y el país entra en una ilusionante ebullición, o al menos así yo la viviera. Pero nada de mítines. En la era de las comunicaciones, siempre me parecieron espectáculos infantiloides, anacrónicos, decimonónicos. Así iban las cosas, cuando mira tú por dónde, me pilla en Madrid el 26-O del 82, junto al puñado de extremeños que hacíamos el curso de ‘adaptación’, luego de haber aprobado el ingreso en Instituciones Penitenciarias, cuerpo facultativo en mi caso. ¿Por qué no vamos al mitin de Felipe González? Era tan inmensa la multitud, que no me enteré de nada: lo único que recuerdo es la actuación de George Moustaki, mítico cantante de mi juventud. Dos días después, el PSOE arrasaría en las urnas: 202 diputados. Y yo, más contento que unas castañuelas. Guerrista que era hasta la médula (creo que no he dejado de serlo), no podía yo quedarme sin acudir a ver una actuación en directo de mi ‘Arfonzo’. Así que, una tarde, me acerqué a ver una faena suya, plaza de toros de Cáceres. La faena no fue muy brillante, pero yo, como aquellos aficionados que se conformaban con ver a Curro haciendo el paseíllo, me fui satisfecho de haber visto a Alfonso Guerra en carne mortal.
Y ese era todo mi bagaje en la cosa de las multitudes (tampoco falté, claro es, a la protesta por el 11-M, aquella horrenda masacre). Hasta el pasado domingo.
El pasado domingo, cuando la manifestación convocada por la derecha ‘trifálica’ de la ministra Delgado, me encontraba casualmente en Madrid. ¿Por qué no nos acercamos a Colón? Y allá nos fuimos, mi mujer, nuestro hijo y yo. Epígono de Stanley Payne que soy, el hispanista americano fascinado por España y su historia, lo del relator para la negociación con Cataluña y todo eso eran razones más que suficientes para acudir al lugar, cualesquiera que hubiesen sido los convocantes. Además, yo me sentía avalado por las declaraciones de socialistas pata negra, de Felipe, de Guerra... y, sobre todo de los hermanos Gabilondo, que yo creo que es lo que más daño le ha hecho a Sánchez: ¡“Como un boxeador sonado”!, dijo Iñaki de Pedro.
En fin, que jamás he visto una magna concentración de gente más normal, no sé si me entienden: más educada, más cívica. Ni un gesto de crispación. Ni una palabra más alta que otra. Fue el caso que en nuestras inmediaciones alguien comenzó a desplegar una enorme bandera, para lo cual era necesario el concurso de los circundantes, uno de los cuales fue este particular, y, naturalmente, contribuí a sostener la enseña de mi país. ¿Pasa algo?
Y así, con el contento por el evento, nos volvimos a casa. La decepción vendría al día siguiente. Pepiño Blanco, el ministro de la ‘gasolinera’, dijo que allí había mucho facha. No saben qué disgusto tengo. ¿Y lo de Eva Hache? Pobrecita, déjenla tranquila.