En
2008, escribí una columna en la que recogía la conversación que en sueños
acababa de tener con Arzalluz: "Eres el bicho más malo que ha parido
madre", le espeté a la cara. Al final, rematé con esta media verónica: “No
saben ustedes las ganas que tengo de soñarme con Jordi Pujol”. Arzalluz/Pujol,
Pujol/Arzalluz: los dos bichos más malos sobre la faz de la tierra española.
Mentiría si les digo que no he sentido
alivio con la muerte de Javier Arzalluz, que así se llamó de toda la vida. (Lo
de Xabier es un ‘invento’ de los periodistas: “Javier es muy inteligente”, dijo
una vez José Antonio Ardanza, uno que fue lendakari, que digo yo que sabría cómo
se llamaba.) Su actitud ante los crímenes de la eta es la muestra más inmensa
de cinismo que pueda existir: ni una palabra, no ya de dolor, sino de compasión
hacia los cientos de asesinados. Ni siquiera cuando los muertos eran niños. Qué
digo compasión: era tal su vesania, que no dudó en insultar a una mujer
“huérfana de hijo” (Luis Rosales): la madre de Josefa Pagaza, recién asesinado
por los terroristas. Y eso que era/fue un hombre de la Iglesia: fue cura,
jesuita, durante su estancia en Alemania, en donde era apodado “El Nazi”. Al
menos, éste tuvo la ‘valentía’ de colgar los hábitos, no como otros, que ni
celebrando misa (¿les suena un tal Setién?) mostraron el más mínimo reproche
hacia los crímenes etarras.
La culpa la tuvo Moisés. Sí, Moisés. Moisés
se presentó en el monte Sinaí, una tabla en cada mano, cinco mandamientos en
cada una, y pensó que con aquello estaba todo resuelto. “El quinto, no
matarás”, le dijo con voz estentórea a la multitud, que no alcanzaban a ver las
letras desde lejos (muchos no sabían ni leer). Craso error. Moisés era un
hombre muy mayor y se le olvidó incluir la letra chica de todo contrato (las
Tablas de la Ley son el contrato que Yavé hace con el pueblo de Israel):
“Señores. Ésta es la letra gorda. Aquí tengo varios pergaminos con la letra
chica”. En la letra chica, tendría que haber figurado lo siguiente: “El Quinto no
sólo prohíbe matar, sino que, cuando estuviere en nuestras manos, tenemos que
hacer lo posible para que otros no lo hagan”. ¿Me entienden por dónde voy,
verdad?
En efecto, en las manos de Arzalluz estuvo
siempre condenar los asesinatos terroristas, pero él se limitó a cumplir con la
versión ‘clásica’ de las Tablas. Matar, lo que se dice matar, no mató; pero no
hizo nada por impedir que otros lo hicieran. No encuentro otra manera de
explicar cómo una conciencia educada en el cristianismo pueda ‘coexistir’
durante décadas con la ignominia etarra, sin mostrar una brizna de compasión
hacia las víctimas. El olvido de Moisés, ya digo.
En fin, creo que no hace falta recordar que
nosotros pertenecemos a la cultura judeo-cristiana, pero no es menos cierto
que, como tierra fronteriza con el islam, también estamos impregnados de la
cultura musulmana: ocho siglos no se borran así por las buenas. Pues bien, dice
el proverbio árabe: “Siéntate a la puerta de tu casa a ver pasar el cadáver de
tu enemigo”. Sentado en la puerta estoy: esperando a que pase el féretro de
Jordi Pujol.