OTRA FINAL
Agapito Gómez Villa
Ayer fue Sergio Ramos, un pájaro de cuenta con espolones, arrastrando a la lona al alacre morito del Liverpool, Mohamed Salah, que nunca se sabrá cuales fueron su verdaderas intenciones sobre su hombro, pero por si acaso, los musulmanes en general y los egipcios en particular, pusieron el hecho en manos de la justicia de Alá, que es el más grande por lo visto. Hoy vuelven a estar de actualidad ambos protagonistas, aunque por motivos muy dispares. Sergio, tumbado en la lona por una llave de Florentino Pérez, y Salah a otra final de la Champion's, esta vez contra un equipo inglés, el Tottenham. Valga eso como introducción, y a ver si pudiera ser que esta vez la suerte cayese de parte del damnificado el año pasado, aunque, vaya por Dios, enfrente está un español, Fernando Llorente.
Si hoy no se hubiese jugado la final, yo no habría comenzado de esta manera, pero como voy a hablar de fútbol, es lo mínimo que puedo hacer.
El otro día, por enésima vez ha salido a relucir el dichoso juego del fútbol relacionado con los juegos de azar, con la llamadas casas de apuestas, mayormente. Ya saben, un par de humildes practicantes no triunfantes, que se han visto involucrados en la cosa: cárcel y fianza incluidas, como en las películas americanas. Raúl Bravo y otro. La cosa, ya digo, es vieja. Consiste en amañar los resultados de los partidos. Hasta que alguien se va de la lengua.
Pero no hace falta llegar al fraude y el engaño para que uno pueda llegar a sentirse avergonzado. No saben ustedes el bochorno que hube de soportar (no se lo dije a nadie) el tiempo aquél en que el equipo de mis amores, el Madrid, claro, iba por el mundo luciendo en el pecho el nombre de una de esas malhadadas casas de apuestas. Hasta que por fin se la arrancó. Qué peso me quité de encima. Sí, pero aquello fue el principio de todo. En efecto, hoy no hay pueblo de España por pequeño que éste sea (ya se que es una exageración) que no tenga su casa de apuestas. Yo no quiero decir que la cosa no sea muy legal, pero algo huele mal cuando se han visto obligados a legislar una distancia mínima entre las centros de juego y los colegios. Como si eso solucionara la cuestión.
"Apuesta con responsabilidad", o algo así, dicen los malandrines, un actor muy guapo, un presentador famoso, después de haberte dicho ocho veces:¡OCHO, OCHO, OCHO,....!, conocedores, cómo no, de que detrás de todo ello se esconden muchas desgracias: las dramáticas ludopatías que tantos sufrimientos llevan a las familias. Sin ir más lejos, en este periódico, no ha muchos meses: "Por culpa del juego, lo he perdido todo: mi mujer, mi hijo, mi trabajo". Señor Fernández Vara, el dinero que va usted a recaudar de esos antros de juego es muy importante, pero gran parte de él se lo tendrá usted que gastar en subvencionar a las asociaciones que ayudan a los ludópatas. No sé si me ha entendido usted. Dejémoslo ahí.
Resulta que mientras pergeñaba estas líneas he visto volando por los ardientes calores sevillanos el coche de José Antonio Reyes. No dedicarle unas líneas sería una absoluta falta de delicadeza. Descanse en paz.
Agapito Gómez Villa
Ayer fue Sergio Ramos, un pájaro de cuenta con espolones, arrastrando a la lona al alacre morito del Liverpool, Mohamed Salah, que nunca se sabrá cuales fueron su verdaderas intenciones sobre su hombro, pero por si acaso, los musulmanes en general y los egipcios en particular, pusieron el hecho en manos de la justicia de Alá, que es el más grande por lo visto. Hoy vuelven a estar de actualidad ambos protagonistas, aunque por motivos muy dispares. Sergio, tumbado en la lona por una llave de Florentino Pérez, y Salah a otra final de la Champion's, esta vez contra un equipo inglés, el Tottenham. Valga eso como introducción, y a ver si pudiera ser que esta vez la suerte cayese de parte del damnificado el año pasado, aunque, vaya por Dios, enfrente está un español, Fernando Llorente.
Si hoy no se hubiese jugado la final, yo no habría comenzado de esta manera, pero como voy a hablar de fútbol, es lo mínimo que puedo hacer.
El otro día, por enésima vez ha salido a relucir el dichoso juego del fútbol relacionado con los juegos de azar, con la llamadas casas de apuestas, mayormente. Ya saben, un par de humildes practicantes no triunfantes, que se han visto involucrados en la cosa: cárcel y fianza incluidas, como en las películas americanas. Raúl Bravo y otro. La cosa, ya digo, es vieja. Consiste en amañar los resultados de los partidos. Hasta que alguien se va de la lengua.
Pero no hace falta llegar al fraude y el engaño para que uno pueda llegar a sentirse avergonzado. No saben ustedes el bochorno que hube de soportar (no se lo dije a nadie) el tiempo aquél en que el equipo de mis amores, el Madrid, claro, iba por el mundo luciendo en el pecho el nombre de una de esas malhadadas casas de apuestas. Hasta que por fin se la arrancó. Qué peso me quité de encima. Sí, pero aquello fue el principio de todo. En efecto, hoy no hay pueblo de España por pequeño que éste sea (ya se que es una exageración) que no tenga su casa de apuestas. Yo no quiero decir que la cosa no sea muy legal, pero algo huele mal cuando se han visto obligados a legislar una distancia mínima entre las centros de juego y los colegios. Como si eso solucionara la cuestión.
"Apuesta con responsabilidad", o algo así, dicen los malandrines, un actor muy guapo, un presentador famoso, después de haberte dicho ocho veces:¡OCHO, OCHO, OCHO,....!, conocedores, cómo no, de que detrás de todo ello se esconden muchas desgracias: las dramáticas ludopatías que tantos sufrimientos llevan a las familias. Sin ir más lejos, en este periódico, no ha muchos meses: "Por culpa del juego, lo he perdido todo: mi mujer, mi hijo, mi trabajo". Señor Fernández Vara, el dinero que va usted a recaudar de esos antros de juego es muy importante, pero gran parte de él se lo tendrá usted que gastar en subvencionar a las asociaciones que ayudan a los ludópatas. No sé si me ha entendido usted. Dejémoslo ahí.
Resulta que mientras pergeñaba estas líneas he visto volando por los ardientes calores sevillanos el coche de José Antonio Reyes. No dedicarle unas líneas sería una absoluta falta de delicadeza. Descanse en paz.