El otro día, Javier Cercas, nuestro paisano
escritor, o escritor paisano, tanto da, que diría el gran Cela, publicó un
doliente artículo, “La gran traición”, que es una diatriba sobre el
independentismo catalán: “Para los políticos separatistas, sólo son catalanes
quienes se muestran fieles a la patria y votan lo que hay que votar. Los demás
no contamos”. Nacido en Ibahernando, Cercas lleva casi toda su vida en Cataluña.
Me
contaba mi abuela Juliana que su madre tenía, entre otros oficios, el ir por
las calles del pueblo voceando una novísima sustancia, que había empezado a
sustituir al aceite en los quinqués o candiles: “¡Petrolioooo!”. A su vera, solía
llevar a una de las muchachas, la cual, como no supiera pronunciar la palabra ¡petrolio’,
a continuación del voceo materno, decía con su media lengua: “Y yo ‘tamén’.
Cuento todo esto porque si el bueno de Javier
hubiese leído el artículo que en estas páginas le dediqué al primo de Zumosol de
Tardá, Gabriel Rufíán Romero (sus apellidos no pueden ser más catalanes),
hubiese dicho como mi lejana parienta: <<¡Y yo ‘tamén’!>>. Y así se
hubiera ahorrado el disgusto de tener que escribir tan dolorida denuncia. Decía
yo en mi columna que por muchas barrabasadas que haga o diga mi Gabrielito en
pos del independentismo (la mollera no le da para más, al pobre), a pesar de lo
ufano que se muestra en la labor, jamás será considerado “uno de los nuestros”,
o sea, uno de los suyos: “Qué se habrá creído éste”. (A mí me recuerda mucho a
la ‘foto’ de Recaredo que venía en la enciclopedia escolar.) Recordaba yo,
asimismo, la respuesta de la señora de Pujol (insisto: uno de los tíos más
malos que ha parido madre, junto al difunto Arzallus), doña Marta Ferrusola,
una vez que le preguntaron qué le parecía que Montilla, el pobre Montilla, el
socialista Montilla, el charnego Montilla, el cordobés Montilla, el que duplicó
las multas a los tenderos que rotulaban la mercancía en español, fuese
presidente de la Generalidad: “Hubiera preferido que fuese catalán”. Al
parecer, el pobre Montilla, el acomplejado Montilla (copiaba de una chuleta,
cuando tenía que escribir algo en catalán), no entraba en la definición de su
marido, o sea, el gran impostor, Jordi Pujol: “Es catalán todo aquel que vive y
trabaja en Cataluña”.
Dijo Albert Camus: “Todo está dicho, pero hay
que recordarlo porque a la gente se le olvida”. Es que lo que voy a decir, lo
escribí tiempo ha en este periódico. Don Alberto Einstein definió el
nacionalismo como una enfermedad infantil: “el sarampión de la humanidad”. Y Vargas
Llosa (tenía razón Umbral, su íntimo enemigo: Mario es mejor como ensayista que
como novelista), lo dijo de otra manera: “El nacionalismo es una fuente de
racismo”. Pues bien, ambos tenían razón, pero no sabían por qué. Pero para eso
estoy yo aquí: no porque yo sea más listo que dichos señores (mi alma por la
mitad de su talento), sino porque tuve la suerte de tener un magnífico profesor
de neuroanatomía, que me lo dejó muy clarito: en nuestro encéfalo funcionan al
mismo tiempo tres ‘cerebros’: el paleoncéfalo o cerebro reptil, el mesencéfalo
y el telencéfalo. Pues bien, el nacionalismo está radicado en los dos primeros.
El tercero es el del intelecto. Así que ya sabes, Javier.