GARCI Y YO, CON PERDÓN
Agapito Gómez Villa
Cuando muchachos, mi primo Juanjo (no conozco a ningún zurdo torpe con las manos) no marraba un disparo: cada china, un gorriato (gorrión en fino). Por contra, yo no le daba ni a una gallina clueca que se hubiera encaramado al olivo, por lo que tenía que conformarme con los pobres pajarillos que caían a plomo, luego de un agónico, lento, agotador, agobiante piar, tal era la caló que hacía, ¡hora de la siesta!, en los corrales que circundan mi pueblo. Me gustaría saber la los grados, pero por aquellos entonces no andaban los hombres del tiempo (no había mujeres) dándonos la vara a todas horas. Podríamos hacernos una idea si supiéramos a qué temperatura se desploman moribundos los gorriatos. Se lo preguntaré a mi compadre, Antonio Cebrián, uno de los tíos que más sabe de pájaros, y de perros, y de hormigas: Rodríguez de la Fuente equivocado de oficio.
Estamos atravesando, sí, una intensa/inmensa ola de calor que está afectando a media Europa: afortunadamente para Extremadura, esta vez el fuego africano ha entrado en la península por el Este. Pero no es menos cierta la asustadora tabarra que nos vienen dando, las televisiones mayormente: ¡van tres muertos por golpes de calor! Ya no se conforman con el amarillo y el rojo para señalizar las calores en el mapa: ¡acaban de añadir el color "teja requemada"!, que me acuerdo yo perfectamente de los hornos tejeros a la orilla de la charca. Que sí, que estamos de acuerdo, que se han superado los récord históricos en varias ciudades (los récords están para batirlos, dicen los del deporte), pero fíjense qué cosa más curiosa: hace un par de semanas, en un pueblo cercano al lago de Sanabria se alcanzó la temperatura más baja del mes de junio, desde que hay registros: casi tres grados bajo cero. ¿Ustedes recuerdan haber visto resaltada dicha noticia como Dios manda? Yo tampoco.
¿Consecuencias del cambio climático? Probablemente. Que el clima está cambiando es un hecho irrefutable, pero no nuevo, claro es: desde que la mujer es mujer (no quiero problemas con el feminismo beligerante), e incluso varios miles de millones de años antes, el clima no ha hecho otra cosa que cambiar. No se asusten: tiempo hubo en que "los glaciares llegaron hasta Lisboa". Lo dice el gran Arsuaga en "El collar del Neandertal"; por lo que no debería extrañarnos lo que añade a continuación: "los mamuts llegaron hasta la provincia de Granada". Dicho lo cual, lo que diferencia al cambio actual viene dado por la rapidez con la que se está produciendo, hecho que a uno le produce una incierta desazón, que me obliga a recurrir a mi optimismo congénito: la ciencia llegará a tiempo de revertir tan deletéreo fenómeno (se admiten apuestas).
En esto que me levanto un momento del ordenador y me doy de bruces con la gran sorpresa. "¿Cómo andáis por ahí?", le pregunta Pepa Fernández, Rne, a José Luis Garci, al inteligentísimo Garci. "Por aquí, el calor es impresionante. Me recuerda a los veranos de mi infancia, que todos los años por estas fechas era como si entrases en una hoguera, pero como no decían nada los informativos, no sabías si estabas a cuarenta o más de cuarenta". ¿Nada nuevo bajo el tórrido sol? En París, tal vez.
Agapito Gómez Villa
Cuando muchachos, mi primo Juanjo (no conozco a ningún zurdo torpe con las manos) no marraba un disparo: cada china, un gorriato (gorrión en fino). Por contra, yo no le daba ni a una gallina clueca que se hubiera encaramado al olivo, por lo que tenía que conformarme con los pobres pajarillos que caían a plomo, luego de un agónico, lento, agotador, agobiante piar, tal era la caló que hacía, ¡hora de la siesta!, en los corrales que circundan mi pueblo. Me gustaría saber la los grados, pero por aquellos entonces no andaban los hombres del tiempo (no había mujeres) dándonos la vara a todas horas. Podríamos hacernos una idea si supiéramos a qué temperatura se desploman moribundos los gorriatos. Se lo preguntaré a mi compadre, Antonio Cebrián, uno de los tíos que más sabe de pájaros, y de perros, y de hormigas: Rodríguez de la Fuente equivocado de oficio.
Estamos atravesando, sí, una intensa/inmensa ola de calor que está afectando a media Europa: afortunadamente para Extremadura, esta vez el fuego africano ha entrado en la península por el Este. Pero no es menos cierta la asustadora tabarra que nos vienen dando, las televisiones mayormente: ¡van tres muertos por golpes de calor! Ya no se conforman con el amarillo y el rojo para señalizar las calores en el mapa: ¡acaban de añadir el color "teja requemada"!, que me acuerdo yo perfectamente de los hornos tejeros a la orilla de la charca. Que sí, que estamos de acuerdo, que se han superado los récord históricos en varias ciudades (los récords están para batirlos, dicen los del deporte), pero fíjense qué cosa más curiosa: hace un par de semanas, en un pueblo cercano al lago de Sanabria se alcanzó la temperatura más baja del mes de junio, desde que hay registros: casi tres grados bajo cero. ¿Ustedes recuerdan haber visto resaltada dicha noticia como Dios manda? Yo tampoco.
¿Consecuencias del cambio climático? Probablemente. Que el clima está cambiando es un hecho irrefutable, pero no nuevo, claro es: desde que la mujer es mujer (no quiero problemas con el feminismo beligerante), e incluso varios miles de millones de años antes, el clima no ha hecho otra cosa que cambiar. No se asusten: tiempo hubo en que "los glaciares llegaron hasta Lisboa". Lo dice el gran Arsuaga en "El collar del Neandertal"; por lo que no debería extrañarnos lo que añade a continuación: "los mamuts llegaron hasta la provincia de Granada". Dicho lo cual, lo que diferencia al cambio actual viene dado por la rapidez con la que se está produciendo, hecho que a uno le produce una incierta desazón, que me obliga a recurrir a mi optimismo congénito: la ciencia llegará a tiempo de revertir tan deletéreo fenómeno (se admiten apuestas).
En esto que me levanto un momento del ordenador y me doy de bruces con la gran sorpresa. "¿Cómo andáis por ahí?", le pregunta Pepa Fernández, Rne, a José Luis Garci, al inteligentísimo Garci. "Por aquí, el calor es impresionante. Me recuerda a los veranos de mi infancia, que todos los años por estas fechas era como si entrases en una hoguera, pero como no decían nada los informativos, no sabías si estabas a cuarenta o más de cuarenta". ¿Nada nuevo bajo el tórrido sol? En París, tal vez.