VUELTA LA BURRA AL TRIGO
Agapito Gómez Villa
En el obsceno chalaneo por el reparto de sillones que durante los últimos días ha tenido lugar entre el partido de Pedro y el de Pablo, se ha demostrado una vez más mi tesis respecto de lo inservibles, superfluas, prescindibles que son ciertas instituciones. ¿Cómo se puede explicar, si no, que Irene Montero haya estado a punto de ser ministra de Sanidad? Que uno sepa, la única relación que doña Irene (por cierto, bello nombre griego: paz en español) ha tenido con el particular, fueron las visitas diarias al servicio de neonatología de La Paz, en donde sus mellizos prematuros, fueron primorosamente tratados. ¿Es eso suficiente? Yo no estaría tan seguro. Ana Mato al menos era aficionada a leerse los prospectos de los medicamentos, práctica que proporciona un considerable bagaje de conocimientos médicos, que me acuerdo yo de su brillante actuación cuando lo del Ébola. O Leire Pajín, que fue operada de anginas (por lo menos tenía/tiene aspecto de ello), y eso marca para siempre. O Celia Villalobos, cuyas sabias intervenciones cuando las "vacas locas" están en los anales: rezuman ciencia por los cuatro costados; y refinadas maneras.
Al grano. Desde que las funciones del ministerio de Sanidad fuesen transferidas a las Comunidades Autónomas, dicha institución quedó reducida a lo que es: un cascarón vacío. Pues bien, llegados a este punto, la pregunta viene solita: ¿qué hace en pie un ministerio al que ya no le queda misión alguna? Eso digo yo. Con lo bien que nos vendrían los euros que cuesta mantenerlo vivo (me gustaría saber cuántos millones; muchos, estoy seguro) para poner en marcha de una vez y como Dios manda el nuevo hospital de Cáceres, y lo que sobrase, para darle un buen empujón a la autovía Vara-Ábalos, ya me entienden: la que "no decidiera" hacer en su día Rodríguez Ibarra. O para el tren de nunca acabar.
Dicho lo cual, estamos en condiciones de afirmar que los gobiernos hacen con los dineros de los contribuyentes lo que les sale de los epiplones (a la Wikipedia). Claro, como no es suyo. Si fuesen suyos, andarían más al cuidado. ¿O no? Hablando de instituciones/cascarones, de repente nos damos de bruces con la más emblemática: el Senado, que nos cuesta cinco mil millones al año. El Senado sólo sirve para colocar a gente del propio partido que no tiene cabida en el Congreso. Pero hombre, si cuando uno de los suyos pierde la silla regional, inmediatamente le preparan una butaca en la Cámara Alta. Vergonzoso de todo punto. Ítem más: le dicen Cámara de representación Autonómica, pero cuando algún reyezuelo de su taifa quiere reivindicarse en Madrid, ¡lo hace en el Congreso! Para rilarse. ¿Quieren más ejemplos de instituciones que deberían ser clausuradas, o mejor, que jamás tendrían que haber sido abiertas? Síganme.
El parlamento de Murcia acaba de entronizar al presidente de la provincia, sí. ¿Ustedes creen que Murcia necesita un parlamento? ¿Para qué están, entonces, los de Bruselas y Madrid? Si al menos fuesen dos las provincias, como en Extremadura... Ah, qué sería de nuestra tierra sin su órgano legislativo, inagotable fuente de leyes inmarcesibles.
En resumen: que visto lo visto, podría decirse que nuestros mandamases consideran gilipollas a toda la ciudadanía. Vergüenza les podría dar. No la conocen, mire usted.
Agapito Gómez Villa
En el obsceno chalaneo por el reparto de sillones que durante los últimos días ha tenido lugar entre el partido de Pedro y el de Pablo, se ha demostrado una vez más mi tesis respecto de lo inservibles, superfluas, prescindibles que son ciertas instituciones. ¿Cómo se puede explicar, si no, que Irene Montero haya estado a punto de ser ministra de Sanidad? Que uno sepa, la única relación que doña Irene (por cierto, bello nombre griego: paz en español) ha tenido con el particular, fueron las visitas diarias al servicio de neonatología de La Paz, en donde sus mellizos prematuros, fueron primorosamente tratados. ¿Es eso suficiente? Yo no estaría tan seguro. Ana Mato al menos era aficionada a leerse los prospectos de los medicamentos, práctica que proporciona un considerable bagaje de conocimientos médicos, que me acuerdo yo de su brillante actuación cuando lo del Ébola. O Leire Pajín, que fue operada de anginas (por lo menos tenía/tiene aspecto de ello), y eso marca para siempre. O Celia Villalobos, cuyas sabias intervenciones cuando las "vacas locas" están en los anales: rezuman ciencia por los cuatro costados; y refinadas maneras.
Al grano. Desde que las funciones del ministerio de Sanidad fuesen transferidas a las Comunidades Autónomas, dicha institución quedó reducida a lo que es: un cascarón vacío. Pues bien, llegados a este punto, la pregunta viene solita: ¿qué hace en pie un ministerio al que ya no le queda misión alguna? Eso digo yo. Con lo bien que nos vendrían los euros que cuesta mantenerlo vivo (me gustaría saber cuántos millones; muchos, estoy seguro) para poner en marcha de una vez y como Dios manda el nuevo hospital de Cáceres, y lo que sobrase, para darle un buen empujón a la autovía Vara-Ábalos, ya me entienden: la que "no decidiera" hacer en su día Rodríguez Ibarra. O para el tren de nunca acabar.
Dicho lo cual, estamos en condiciones de afirmar que los gobiernos hacen con los dineros de los contribuyentes lo que les sale de los epiplones (a la Wikipedia). Claro, como no es suyo. Si fuesen suyos, andarían más al cuidado. ¿O no? Hablando de instituciones/cascarones, de repente nos damos de bruces con la más emblemática: el Senado, que nos cuesta cinco mil millones al año. El Senado sólo sirve para colocar a gente del propio partido que no tiene cabida en el Congreso. Pero hombre, si cuando uno de los suyos pierde la silla regional, inmediatamente le preparan una butaca en la Cámara Alta. Vergonzoso de todo punto. Ítem más: le dicen Cámara de representación Autonómica, pero cuando algún reyezuelo de su taifa quiere reivindicarse en Madrid, ¡lo hace en el Congreso! Para rilarse. ¿Quieren más ejemplos de instituciones que deberían ser clausuradas, o mejor, que jamás tendrían que haber sido abiertas? Síganme.
El parlamento de Murcia acaba de entronizar al presidente de la provincia, sí. ¿Ustedes creen que Murcia necesita un parlamento? ¿Para qué están, entonces, los de Bruselas y Madrid? Si al menos fuesen dos las provincias, como en Extremadura... Ah, qué sería de nuestra tierra sin su órgano legislativo, inagotable fuente de leyes inmarcesibles.
En resumen: que visto lo visto, podría decirse que nuestros mandamases consideran gilipollas a toda la ciudadanía. Vergüenza les podría dar. No la conocen, mire usted.