Una golondrina no hace primavera, dice el
dicho popular. En este caso, una sola margarita con mayúscula es capaz de
transformar un invierno pandémico en una primavera de dignidad: Margarita
Robles. Ha dicho el gran Carlos Herrera que, con sus sentidas palabras en la palaciega
morgue del hielo, nuestra ministra de Defensa ha salvado el honor del partido
socialista (no dijo ‘del gobierno’). Pues bien, me adhiero casi con violencia a
las palabras del célebre locutor.
Clausurado
ya el magno y helado mausoleo, lugar en donde hubieron de ser ‘hospedados’ de
urgencia centenares de féretros, en cuyos interiores yacían los restos
‘coronados’ de personas que bien pudieron haber sido nuestros padres/hijos/hermanos,
la señora Robles pronunció unas palabras que quedarán para siempre en los
anales de la historia, de la intrahistoria, que dijera Unamuno: "No les hemos podido
salvar la vida, pero que sepan que nuestras Fuerzas Armadas, siempre han estado
con ellos. No les han dejado solos ni un minuto”. Con eso ya hubiera sido
suficiente. Pero añadió algo más: “Como nos decían los mandos, 'son nuestros soldados, nunca les dejamos
solos, nunca los vamos a dejar atrás'. En todo momento han estado con ellos,
acompañándoles, velando por su dignidad y por su respeto. Orando cuando sabían
que eran personas creyentes".
Alguien dirá que de qué le sirve a un cadáver
ser velado noche y día por jóvenes soldados. Dormidos en sus féretros, ni se habrán
enterado. En efecto, pero sin saberlo, estábamos velando al mismo tiempo nuestra
propia dignidad, la de los vivos: lo contrario se hubiera llamado indignidad.
Seguro estoy que la capa de rocío que los féretros lucían al amanecer, no era de
humedad, sino de dignidad. Les recuerdo que, según los estudiosos de la materia,
el punto de inflexión hacia la condición humana se produce cuando nuestros primigenios
antepasados comienzan a tener alguna forma de ‘consideración’ (¿enterramiento?)
con sus muertos, en lugar de dejarlos abandonados a la intemperie: el culto a
los muertos. Pues bien, ni el más alto dignatario eclesiástico lo habría hecho
con más grandeza que doña Margarita, mascarilla incluida.
Es tan grande el gesto de dicha señora, que
sería una falta de decoro mezclarlo con ciertas cosas sucedidas estos días en
sus aledaños. Y mira que nos lo puso fácil la Biblia: “No echéis margaritas a los
puercos”. Prefiero recurrir a Zubiri: “Inteligencia sentiente” llamó a lo
nuestro. En el caso que nos ocupa, yo me confieso más lo segundo que lo
primero, me modo y manera que, llevado en volandas por el sentimiento, juro por
mi conciencia y honor (si es que tengo algo), que si algún día nuestra ministra
se presentase para presidir el gobierno, le votaría con los ojos cerrados. Igual
que en tiempos del PSOE-antiguo testamento, que dice Inocencio Arias, el
embajador. Gracias, en nombre de todos los muertos, doña Margarita.