JARABE ANTIDEMOCRÁTICO
Agapito Gómez Villa
Intolerable lo acontecido hace pocas fechas a Rosa Díez, mientras pasaba unos días de 'aislamiento,' acompañada de su familia, nietos incluidos, en la casona asturiana de un amigo que fuera compañero de UPyD, extinto partido, ay. Digo 'aislamiento' porque es lógico suponer que doña Rosa había elegido tan recóndito lugar para huir de los cotidianos acosos a los que viene siendo sometida en su mansión de Galapagar, perdón, en su domicilio donostiarra. Es que, doña Rosa, aunque retirada de la actividad política, es una implacable comentarista, cuyos dardos van dirigidos con frecuencia contra el líder de Podemos, al que llama de todo, menos bonito. Pues bien, en cuanto los partidarios de Iglesias se enteraron de la presencia de la señora en el predio, no tardaron en reaccionar: de inmediato, principiaron el asedio -"Rosa Rata" pintaron en la carretera-, hasta lograr que abandonase el lugar. A los que somos de un tiempo (mayo del 51, mayo del 52), nos resulta más fácil entendernos, por lo que me imagino lo que la cosa tiene que haber supuesto: no mayormente por doña Rosa, curtida en mil batallas, sino, sobre todo, por los nietos, que ya tienen una edad (yo me habría muerto de pena, viendo la cara de los míos).
Por mucho que se quiera retorcer el pescuezo a los razonamientos, tal que han pretendido algunos, no veo el modo de justificar conducta tan incívica. Ni siquiera apelando a los lamentables sucesos acaecidos no ha muchos trienios. Me refiero, claro es, al execrable recibimiento que le dieran los partidarios de Díez a Pablo Iglesias, acendrado, pacífico y respetuoso demócrata, cuando éste pretendiera dar una conferencia en la Complutense, con lo que, además de vejar al conferenciante, modelo de moderación, un santo varón, pisotearon el secular respeto que de siempre merecieran los templos del saber. (Amén de otros escraches varios, el pollo universitario montado a Iglesias no sería único: bochornoso fue, asimismo, el que le brindaron, "sangrientos" insultos incluidos, al que en tiempos fuese jefe de filas de doña Rosa, Felipe González, cuando éste se disponía a dar una conferencia en la Autónoma de Madrid.)
De "jarabe democrático" calificó la señora Díez los deleznables comportamientos de antaño, lo que nos sirve para hacernos idea del concepto que tiene de los jarabes, perdón, de la democracia, la que otrora fuese cabeza de lista por el PSOE al parlamento europeo, y más tarde lideresa de aquella esperanzadora formación, creada para la 'oxigenación' nacional, UPyD, auspiciada que fuera por importantes personalidades del mundo de la cultura, Fernando Savater y Vargas Llosa entre otros, y cuya existencia fuese tan efímera, lastimosamente.
"Quien siembra vientos, recoge tempestades". Bien. Eso para la meteorología. En el mundo de la política, esa siembra debiera estar proscrita: por venenosa. A las pruebas me remito: usted sembró los vientos, señora Díez, perdón, señor Iglesias; ahí tiene usted la tempestad asturiana, doña Rosa, perdón, don Pablo. ("El que quiera entender, que entienda". Mateo 19,12).
Agapito Gómez Villa
Intolerable lo acontecido hace pocas fechas a Rosa Díez, mientras pasaba unos días de 'aislamiento,' acompañada de su familia, nietos incluidos, en la casona asturiana de un amigo que fuera compañero de UPyD, extinto partido, ay. Digo 'aislamiento' porque es lógico suponer que doña Rosa había elegido tan recóndito lugar para huir de los cotidianos acosos a los que viene siendo sometida en su mansión de Galapagar, perdón, en su domicilio donostiarra. Es que, doña Rosa, aunque retirada de la actividad política, es una implacable comentarista, cuyos dardos van dirigidos con frecuencia contra el líder de Podemos, al que llama de todo, menos bonito. Pues bien, en cuanto los partidarios de Iglesias se enteraron de la presencia de la señora en el predio, no tardaron en reaccionar: de inmediato, principiaron el asedio -"Rosa Rata" pintaron en la carretera-, hasta lograr que abandonase el lugar. A los que somos de un tiempo (mayo del 51, mayo del 52), nos resulta más fácil entendernos, por lo que me imagino lo que la cosa tiene que haber supuesto: no mayormente por doña Rosa, curtida en mil batallas, sino, sobre todo, por los nietos, que ya tienen una edad (yo me habría muerto de pena, viendo la cara de los míos).
Por mucho que se quiera retorcer el pescuezo a los razonamientos, tal que han pretendido algunos, no veo el modo de justificar conducta tan incívica. Ni siquiera apelando a los lamentables sucesos acaecidos no ha muchos trienios. Me refiero, claro es, al execrable recibimiento que le dieran los partidarios de Díez a Pablo Iglesias, acendrado, pacífico y respetuoso demócrata, cuando éste pretendiera dar una conferencia en la Complutense, con lo que, además de vejar al conferenciante, modelo de moderación, un santo varón, pisotearon el secular respeto que de siempre merecieran los templos del saber. (Amén de otros escraches varios, el pollo universitario montado a Iglesias no sería único: bochornoso fue, asimismo, el que le brindaron, "sangrientos" insultos incluidos, al que en tiempos fuese jefe de filas de doña Rosa, Felipe González, cuando éste se disponía a dar una conferencia en la Autónoma de Madrid.)
De "jarabe democrático" calificó la señora Díez los deleznables comportamientos de antaño, lo que nos sirve para hacernos idea del concepto que tiene de los jarabes, perdón, de la democracia, la que otrora fuese cabeza de lista por el PSOE al parlamento europeo, y más tarde lideresa de aquella esperanzadora formación, creada para la 'oxigenación' nacional, UPyD, auspiciada que fuera por importantes personalidades del mundo de la cultura, Fernando Savater y Vargas Llosa entre otros, y cuya existencia fuese tan efímera, lastimosamente.
"Quien siembra vientos, recoge tempestades". Bien. Eso para la meteorología. En el mundo de la política, esa siembra debiera estar proscrita: por venenosa. A las pruebas me remito: usted sembró los vientos, señora Díez, perdón, señor Iglesias; ahí tiene usted la tempestad asturiana, doña Rosa, perdón, don Pablo. ("El que quiera entender, que entienda". Mateo 19,12).