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LOS HIJOS DE CARL SAGAN

Por lo visto, Voltaire se inventaba enemigos, como don Quijote molinos de viento, para combatirlos. Yo no necesito inventármelos: me aparecen. A propósito: qué hace un reverendo franciscano en una posada de Badajoz, en el “Cándido” de Voltaire. Recompensaría explicación. La razón de la estadía del panoceánico Víctor Hugo en dicha ciudad, donde aprendiera español, está clara: su padre era militar napoleónico. Bueno, que esta semana me han proliferado contrincantes como hongos. Ha sido a tenor del descubrimiento en la atmósfera de Venus de un marcador prebiótico: la fosfina. Qué quiere esto decir: que donde ha vida hay fosfina, pero donde hay fosfina no tiene por qué haber (o habido) vida. Sin embargo, todos los medios de comunicación (qué aburridos tienen que estar de tanto coronavirus), se han lanzado en tromba con lo de la vida, sin haber tenido la precaución de encomendarse cuando menos al Diablo. Digo al Diablo porque, dada las infernales temperaturas de dicho planeta, no me extrañaría nada que el muy sinvergüenza de Lucifer hubiese puesto allí una franquicia del Purgatorio. ¿Que por qué me he cabreado? Porque hay mucho tonto, analfabeto, lerdo, que no sólo no tienen ni idea de las fascinantes investigaciones del cosmos en general, ni de la búsqueda de alguna forma de vida en particular, sino que encima se burlan de ello. A las primeras, salen con los marcianitos y otras idioteces. Lo cual que los hijos de Carl Sagan, el astrofísico que nos amamantase a toda una generación -ah, aquel asombroso “Cosmos”-, percibimos esas cretinas actitudes como una ofensa a nuestro amado padre. Y por ahí no paso. Es curioso cómo la historia se repite. Una madrugada de julio de 1893, un señor de Logrosán, Mario Roso de Luna, licenciado en Ciencias Físico-Químicas, a más de doctor en Derecho, va y descubre un cometa, reconocido que fuera por los observatorios de París y Kiel (Alemania), casi nada. Miren lo que dijo, 1934, del asunto el ‘pobre’ Unamuno, según el profesor Ramón Carnicer: <>. No me extraña nada que don Miguel dijese aquello tan gracioso: “¡Que inventen ellos!” Aclaración: “Roso, que estaba en condiciones de hablar para auditorios de más consistencia científica que Unamuno,…”, toma ya, no dijo nunca la ‘honra´, sino la ‘fortuna’ de descubrir. Yo no sé si influirá o no la fecha de nacimiento en el carácter, pero en momentos así, me sale la vena del 18 de mayo, día en que naciese asimismo mi admirado Bertrand Russell (y Juan Pablo II), que dijo una cosa que puede servir para todos aquellos majaderos (tome nota, don Miguel) que se mofan de los cosmocientíficos: “Aristóteles es el hombre más nefasto de la historia de la humanidad”. ¡Pues no se le ocurre decir que los cuerpos caen en el vacío con una velocidad proporcional a su peso!

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