RODOLFO EL 'GENOCIDA'
Agapito Gómez Villa
Tengo escrito, que hubiera dicho Umbral, que dudo mucho que Picasso dijera eso que se le atribuye: "No busco, encuentro". Sea como fuere, a mí me pasa:
- Y cómo se vive por aquí.
- Bastante bien, por ahora. Todo lo bueno que vean usted en las Hurdes se lo debemos a Alfonso XIII, a Franco, a Fraga y a Martín Villa.
(El diálogo está sacado de un libro delicioso, repleto de erudiciones, en cuya lectura y relectura llevo enfrascado todo el verano: "Las Américas Peninsulares. Viaje por Extremadura", del profesor Ramón Carnicer, leonés que un buen día del año 81, a sus setenta años, mochila al hombro, decidiese recorrer nuestra tierra, pueblo a pueblo, principiando por las Hurdes.)
El caso fue que, escasas horas después de dicha lectura, la radio me despierta con la siguiente noticia: "Martín Villa tendrá que declarar ante una juez argentina, bajo la acusación de genocidio, por sucesos acontecidos cuando fuera ministro de UCD". No me lo puedo creer, pensé, estupefacto: un siglo sin tener barruntos del personaje, y me lo voy a topar dos veces en pocas horas y, para más inri, en las circunstancias más dispares imaginables: lo de las Hurdes, de una parte; de la otra, ¡el genocidio! Lo cual, que de inmediato se me vienen a las mientes un torrente de recuerdos, uno de los cuales se da maña de colocarse el primero: nuestro hombre presidiendo cada dos por tres las exequias fúnebres, cuasi clandestinas, de un par de guardias civlles, ante la pálida y patética imagen de sus viudas.
Total, que entre unas cosas y otras, me crujen todas las cuadernas. Y no precisamente porque, para la deposición (judicial, claro) haya sido preceptivo el "visto bueno" de la Fiscal General del Estado. Aquí quería yo llegar.
En contra de lo que muchos han opinado, la decisión de doña Dolores Delgado me ha parecido de perlas. Don Rodolfo Martín Villa, del que tengo una consideración imposible de mejorar (buen político, mejor persona), no se merecía ser tratado con las estratagemas de un vulgar terrorista. Sé que más de uno pensará que esto es un dislate: los que no guarden memoria. Los que tenemos memoria, recordamos con pesar aquellos humillantes momentos en los que los jueces franceses y los belgas impedían que los asesinos de la eta fuesen entregados a la justicia española, amparándose en argucias legales: legales, pero argucias. Ítem más: en tiempos del tío más malo del mundo (Arzallus, q.e.p.n.d. y Pujol lo han sido de España), el de los diamantes ensangrentados de Bokassa, Giscard d'Estaing, claro, les fue concedido el ¡estatuto de refugiado político! a más de un terrorista, la parabellum todavía humeante. No me extraña nada que don Rodolfo dijera lo que dijo: "Lo malo de la libre circulación de personas es que te puedes encontrar con Giscard en cualquier momento". Lo de los belgas, mejor no entrar en detalles.
Agapito Gómez Villa
Tengo escrito, que hubiera dicho Umbral, que dudo mucho que Picasso dijera eso que se le atribuye: "No busco, encuentro". Sea como fuere, a mí me pasa:
- Y cómo se vive por aquí.
- Bastante bien, por ahora. Todo lo bueno que vean usted en las Hurdes se lo debemos a Alfonso XIII, a Franco, a Fraga y a Martín Villa.
(El diálogo está sacado de un libro delicioso, repleto de erudiciones, en cuya lectura y relectura llevo enfrascado todo el verano: "Las Américas Peninsulares. Viaje por Extremadura", del profesor Ramón Carnicer, leonés que un buen día del año 81, a sus setenta años, mochila al hombro, decidiese recorrer nuestra tierra, pueblo a pueblo, principiando por las Hurdes.)
El caso fue que, escasas horas después de dicha lectura, la radio me despierta con la siguiente noticia: "Martín Villa tendrá que declarar ante una juez argentina, bajo la acusación de genocidio, por sucesos acontecidos cuando fuera ministro de UCD". No me lo puedo creer, pensé, estupefacto: un siglo sin tener barruntos del personaje, y me lo voy a topar dos veces en pocas horas y, para más inri, en las circunstancias más dispares imaginables: lo de las Hurdes, de una parte; de la otra, ¡el genocidio! Lo cual, que de inmediato se me vienen a las mientes un torrente de recuerdos, uno de los cuales se da maña de colocarse el primero: nuestro hombre presidiendo cada dos por tres las exequias fúnebres, cuasi clandestinas, de un par de guardias civlles, ante la pálida y patética imagen de sus viudas.
Total, que entre unas cosas y otras, me crujen todas las cuadernas. Y no precisamente porque, para la deposición (judicial, claro) haya sido preceptivo el "visto bueno" de la Fiscal General del Estado. Aquí quería yo llegar.
En contra de lo que muchos han opinado, la decisión de doña Dolores Delgado me ha parecido de perlas. Don Rodolfo Martín Villa, del que tengo una consideración imposible de mejorar (buen político, mejor persona), no se merecía ser tratado con las estratagemas de un vulgar terrorista. Sé que más de uno pensará que esto es un dislate: los que no guarden memoria. Los que tenemos memoria, recordamos con pesar aquellos humillantes momentos en los que los jueces franceses y los belgas impedían que los asesinos de la eta fuesen entregados a la justicia española, amparándose en argucias legales: legales, pero argucias. Ítem más: en tiempos del tío más malo del mundo (Arzallus, q.e.p.n.d. y Pujol lo han sido de España), el de los diamantes ensangrentados de Bokassa, Giscard d'Estaing, claro, les fue concedido el ¡estatuto de refugiado político! a más de un terrorista, la parabellum todavía humeante. No me extraña nada que don Rodolfo dijera lo que dijo: "Lo malo de la libre circulación de personas es que te puedes encontrar con Giscard en cualquier momento". Lo de los belgas, mejor no entrar en detalles.