Badajoz. Palacio de Congresos. Concierto de la Orquesta de Extremadura. Por allí andaba el
padre de la criatura, Ibarra (la orquesta fue un empeño personal suyo, otro), que nI se dignó en
acercarse a saludarme. Se conoce que me tiene miedo por lo de la carretera del siglo XIX,
Cáceres-Badajoz, claro: "Que den la vuelta por Mérida", dijo, adusto. No sé por qué ese temor,
cuando lo he perdonado públicamente en estas páginas: por su determinante apoyo a la gestación
del Centro de Cirugía de Mínima Invasión. Y por su decisión de crear en Cáceres otra de las joyas
de la corona: el Museo Helga de Alvear. La verdad, no me habría importado pedir para él el
Princesa de Asturias de las ¡las Artes y las Ciencias!. Pero no: lo de la no-autovía es muy gordo.
En fin, allá que nos fuimos, al reclamo mayormente de la estrella invitada, la semiextremeña y
extraordinaria Clara Andrada de la Calle, primera flauta de la Orquesta Sinfónica de Frankfurt, así
como de la Orquesta Europea, amén de las actuaciones con las mejores orquestas y directores
del mundo. ¿Semiextremeña? Sí, claro: la mitad de su dotación genética es de aquí. Su padre es
de mi pueblo. "Se piensa con todo el cuerpo", dijo Nietzsche; mas no sólo eso: viendo a Clara, se
ve a las claras que la música se interpreta con todo el cuerpo. Imposible 'volar' con más elegancia.
El concierto, dirigido por Andrés Salado, joven pero consumado maestro de ceremonias, fue una
delicia. Ido ya el embrujo de la pareja Mozart-Clara, cuando llegó la apoteosis final, 3a de
Mendelssohn, ya nos habíamos recuperado, por fortuna, de la congoja de los inicios: la tétrica
pieza, recién compuesta, dedicada al brutal confinamiento pandémico: "Y el silencio era esto",
Sergio Blardony. Y tanto. Que los perros tuviesen más 'libertad! que los niños, lo dice todo.
Y hablando de la pandemia. Esta semana, los medios han conseguido, ¡al fin!, dar la noticia que
tanto ansiaban: ¡5 millones de muertos!, lo que traducido al ámbito doméstico (somos 7.500
millones) es como si en un pueblo de 7.500 habitantes (Azuaga, Talayuela) hubiesen fallecido 5
vecinos. Uno cada cuatro meses. Si comparamos los números con los de la gripe de hace un siglo
(20 millones de muertos -¿50?- sobre los 1.000 millones de personas de entonces), lo de ahora se
queda en un "constipado mal curado", que se decía antaño. ¿Un constipado mal curado? Cómo
se nota que a usted no se le ha muerto ningún familiar. En efecto, hemos tenido esa suerte. Y sé
asimismo que en la familia donde han perdido a uno de los suyos, los números no son ningún
consuelo. Pero yo lo único que he hecho es 'traducir' los datos de la OMS.
En resumidas cuentas: yo había venido a hablarles de la Orquesta de Extremadura y de la
maravillosa Clara. La culpa de que me haya desviado tanto la tienen el señor Ibarra y la tétrica
música pandémica. Ustedes perdonen.
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...