En los hondos insomnios de la alta madrugada, la radio me trae a las mientes entredormidas un espeluznante relato: una joven argentina a la que, ante el rotundo fracaso de la ortodoxia médica, la psiquiatra le dice a sus padres: “Llévenla a una iglesia”. Estaba, claro es, poseída por el demonio, repulsivo individuo que de siempre tuvo su domicilio en el Infierno. Lo que le hacía falta a mi insomnio. Voy allá.
En esto que, en la semioscuridad, al rozar el libro que yace a mi lado, se me encienden todas las alarmas. El libro no es otro que “Sapiens”, del docto Harari, una novísima visión del camino recorrido por esta especie a la que pertenecemos: “De animales a dioses”. Total, que recordando al demonio, de pronto me doy cuenta de que, ni en el resumen inicial de la obra, que va desde la aparición del universo, hasta el futuro, ni en el decurso de lo leído, voy ya por Mesopotamia, aparece el Infierno por parte alguna. Ya está, me digo: eso es que el Infierno ya existía antes del Big-Bang, tal que se podrá ver a continuación.
¿Qué hacía Dios antes de la creación del universo? “En ese tiempo, Dios estuvo preparando el Infierno para los que se hacen esa pregunta”, dijo el gracioso de turno; ante lo cual, San Agustín le respondió con una respuesta que lo quedó planchado: el tiempo es una propiedad del mundo creado por Dios y, por tanto, no existía antes de la creación. Vaya si era listo el hijo de santa Mónica: se adelantó muchos siglos a la física actual: el tiempo nace en el instante del Big-Bang, hace unos 13.800 millones de años.
Finísimo estuvo San Agustín con lo del tiempo, ya digo, pero no desmintió la existencia temprana del Infierno, muy detalladamente descrito por James Joyce en “Retrato de artista adolescente”, que tan bien le viniera a un cura de mi adolescencia para acojonarnos: ejercicios espirituales medievales. A lo que se ve, el Infierno viene de lejos, aunque, la verdad, me cuesta mucho trabajo imaginarme a Dios y a Lucifer ‘conviviendo’ en el no-universo, sin dirigirse la palabra, esperando media eternidad la llegada del “homo sapiens” (los neandertales eran inimputables), con el fin de premiar con el Cielo a los buenos y castigar a los malos con el Infierno, según el catecismo escolar, de cuyas enseñanzas no tengo por qué dudar, siquiera sea porque don Francisco Sánchez Ramos, un maestro santo, me dio un once en la materia (conservo documento).
Y hablando de semanas y meses. Cómo es posible que Harari, todo un doctorado en Oxford y todo un catedrático de historia de la universidad de Jerusalén pueda decir semejantes dislates: “la semana laboral relativamente corta” del “homo sapiens”; o esto otro: “los cazadores-recolectores no solían invertir mucho tiempo pensando en la próxima semana o el mes siguiente”. Decenas de milenios faltaban para que fueran inventados las semanas y los meses. En fin. Cosas que pasan.
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...