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MI AMIGO EL UCRANIANO

Sorprendido está el personal por el número de ciudadanos ucranianos que hablan un español correctísimo (una “inmensa minoría”, habría dicho Juan Ramón). Uno de ellos, con el que mantengo relación epistolar, me contaba el otro día una cosa que me dejó estupefacto. Vamos a ello. No muy bien iniciada la ignominia ‘putiniana’ (nunca me llenó el ojo ese tal Vladimir, muérete), le conté a mi amigo que, en mis recientes momentos de tribulación, palabra que escuchaba a diario en los rezos de mi abuela, “no me dejes, Madre mía, en tanta tribulación”, que aunque no sabía lo que significaba, me sonaba a tormenta con muchos truenos, les decía que, apenas iniciada la lluvia de misiles sobre Ucrania, le conté a mi amigo mi secreto para ‘escapar’ de mi tormentoso sucedido: a la hora de irme a dormir, me lío la radio a la cabeza y me dejo llevar en busca del sueño imposible. Por supuesto, le dije, elijo siempre una emisora en la que me hablen de Vinicius, de penaltis no pitados, de fichajes incalculables, del VAR y sus errores, de esos arduos asuntos…. En una palabra: de cosas trascendentales, o sea, de problemas que capten mi atención y me hagan olvidar lo inolvidable. Sigamos. Tomo nota, me dijo mi amigo. A partir de ese día, comenzó a escuchar una emisora española (a través de internet; o de la onda corta), con lo cual mata, con perdón, dos pájaros de un tiro, me dijo: practica el español y, lo que es más importante: auriculares en ristre, deja de oír el ruido de las bombas asesinas. Mas hete aquí que, la otra tarde va y me cuenta, consternado, lo que acababa de sucederle. Acostumbrado que venía a escuchar noticias agradables de España, un país próspero, en paz, lleno de alegría y vitalidad, de carreteras atestadas los fines de semana, de hoteles abarrotados en los puentes festivos,… una mañana reciente se vio sorprendido por lo siguiente: de pronto, me dice, empezaron a hablar de una inflación galopante, de la abrupta subida de los carburantes, de la luz, de la cesta de la compra, del incremento del paro, de las protestas del campo, de la huelga de transportistas, de los problemas de abastecimiento, del acoso a los autónomos, del derrumbe de la bolsa, de las innúmeras familias, en fin, que no pueden llegar a fin de mes,… todo lo cual, insistió, dicho con un énfasis ‘dramatizante’. Agapito, fue tal la congoja que me entró, que ¿sabes lo que hice? Apagué la emisora y me arranque los auriculares. ¡Prefiero escuchar el ruido de las bombas rusas! Señores locutores, ¿no les da pena el daño que han causado con sus comentarios a ese ciudadano ucraniano, rodeado que está de cadáveres abandonados, de edificios despanzurrados y de hospitales y teatros bombardeados? Tal vez, los locutores de mi país, los pobres, no se hayan enterado aún de lo que está pasando en el tuyo, le dije a mi amigo. Por decirle algo.

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