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EL BACHILLERATO

EL BACHILLERATO Agapito Gómez Villa Estoy tan estragado de políticos marrulleros, incendios voraces, sequías pertinaces, economías decadentes y Casemiros salientes, que necesito escaparme por algún sitio. Por aquí: Cuenta el inteligentísimo, torrencial y bienhumorado Garci, que siempre que alguien le comentaba algo sobre sus muchos saberes al genial, cultísimo y malhumorado Fernando Fernán-Gómez, respondía de aquesta guisa: “Todo lo aprendí en el bachillerato”. Cómo sería de cierta la cosa, que decidió llevarla a la escena: “¿Es usted intelectual?”, le pregunta la bella señorita. “¡Sí, sí, estudié el bachillerato!”, le responde con entusiasmo don Fernando. No parece que iba el hombre muy desencaminado: el sabio Salvador Pániker escribe en sus memorias: “Lo importante es un buen bachillerato; luego, la carrera es puro trámite” (sic). Nada más lejos de mi intención, ya me gustaría, que compararme con dichos señores; pero, en verdad, en verdad les digo que cada vez que paso por el instituto “El Brocense” de Cáceres, le comento a mi acompañante, el que fuere: “Todo lo que sé, lo aprendí aquí”. En el bachillerato, no es solo lo que se aprende, sino que uno echa los cimientos para adquirir nuevos conocimientos durante el resto de la vida, sobre cualquier materia, pues que de todas te enseñan algo. Eso es justamente lo que a mí me pasa con el fascinante mundo de la física, a saber: lo que aprendí en el instituto, anterior glaciación, me ha servido para acercarme, conceptualmente, claro (el principio de todo), al asombroso miniuniverso del átomo, así como al apasionante, maravilloso, deslumbrante, grandioso universo de los universos verdaderos/paralelos, los multiversos, o sea. En resumidas cuentas: Einstein es dios y Stephen Hawking su profeta mayor (hay muchos y geniales profetas menores), Hawking, cuyas enseñanzas me han permitido no sólo hablar directamente con dios, sino codearme, asimismo, con uno de los ‘evangelistas’ más aventajados, Christophe Galfard, autor de “El universo en tu mano”, extraordinaria obra. Lo cual que leyendo dicho libro me doy de bruces con los positrones del instituto (los antielectrones, para entendernos), gracias a los cuales serían concedidos dos premios Nobel, casi nada: al que los ‘descubrió’ (1933) y al que los captó (1936). Quién le iba a decir a Paul Dirac y a Carl Anderson, que así se llamaban, que sus positrones servirían muchos años más tarde para una utilísima herramienta usada en el campo de la medicina, que muy posiblemente le suene a usted, amable lector: el PET (lo correcto sería ‘la’ PET: T significa tomografía). Todo el mundo sabe, más o menos, qué es un(a) TAC, pero no todos saben que PET quiere decir Tomografía por Emisión de Positrones ¡Los mismos del bachillerato! “Los médicos te inyectan un líquido radiactivo ‘trazador’ que emite positrones al descomponerse. Los positrones se aniquilan con los electrones que encuentran a su paso y se transforman en poderosos rayos gamma que la máquina de PET utiliza para reconstruir una imagen en 3D, que muestra cómo funciona tu organismo”. Increíble, ¿verdad? Para esto sirve el bachillerato. También.

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