LA FLECHA DE JOMEINI
Agapito Gómez Villa
“Demasiado autobiográfico”, dijeron de Sánchez Dragó las hijas de Pániker, aquella vez que don Salvador lo invitase a su casa. Pániker, científico y humanista, en posesión de todos los saberes: “El hombre más inteligente que he conocido en mi vida” (Umbral). Y autobiográfico. Pániker era pura autobiografía. O sea, que las niñas de don Salvador no sabían que para mi ‘tío’ Ramón (Gómez de la Serna), la demasía autobiográfica habría sido un acierto: “La literatura, o es autobiografía, o no es literatura”. Toma ya. O lo de César González-Ruano, que, parafraseando a D’Ors, escribió: “Lo que no es autobiografía, es plagio”. En fin.
¿Que a cuento de qué viene todo esto? Muy sencillo: no me gustaría que las niñas de Pániker, señoras ya de mi edad, me desaprueben como a Dragó, en el caso sumamente improbable de que leyeren este escrito. Al grano.
Un día del año 1992, el 30 de julio para más señas, en una de las sedes de los Cursos de Verano de El Escorial, el Felipe II, adonde yo acudía cada año, de repente el personal empezó a correr por lo pasillos, como si acabasen de anunciar un inminente bombardeo. ¡“Que viene Salman Rushdie”!, dijo uno. Era tal el nerviosismo ambiental, que mi santa (ay mi santa, siempre mi santa), que no estaba en el ajo de la cosa, al ver a los guardias civiles metralleta en ristre, se puso descompuestita. A los pocos minutos, aula magna a reventar, tres años después de que Jomeini le condenase a muerte por “Los versos satánicos”, blasfemos por lo visto (qué tabarra de profetas), el escritor emergía por primera vez del agujero. En la tribuna, lo normal: salutación de uno, alocución del otro, discurso del siguiente, etc., en defensa todos de la libertad de expresión en general, y de la vida de Rushdie en particular, el cual nos dirigió unas palabras. Total: “¿Alguien quiere hacer alguna pregunta?”. Desde la multitud en bipedestación, levanté la mano: “Señor Rushdie: ¿no ha considerado usted la posibilidad de que, si un día el régimen iraní le retirase la ‘fatua’, algún fanático no se diera por enterado y continuase con la intención de acabar con su vida?” El hombre habló y habló, como intentando escaparse por la tangente. Vamos, que lo vi superado por la situación.
Amables lectores, sé que mi pregunta estaba cantada, que si no la hubiese hecho yo, la habría hecho el que estaba a mi lado, y todo eso. De acuerdo. A pesar de lo cual, cuando me enteré de que un muchacho de 24 años había apuñalado hasta el “horizonte de sucesos” a Salman Rushdie, me quedé completamente ‘pasmao’. “La flecha ya ha sido lanzada”, dijera en su día Jomeini. A lo que se ve, mi ‘advertencia’ escurialense no ha servido para impedir que, después de un vuelo de tres décadas, alcanzase el blanco. Milagrosamente, el blasfemo no ha muerto.
Que me perdonen las niñas de Pániker. Y ustedes también.
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...
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