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LA LENGUA OFICIAL DE LAS CORTES

Acaba de empezar el baile. Pedro Sánchez -le encantaría que dijera de él que es un desalmado (el alma la vendió tiempo ha), pero no se va a salir con las suyas-, les decía que, gracias a Pedro Sánchez, ese hombre capaz de poner España en manos de un prófugo de la Justicia, se podrán usar en el Congreso las lenguas cooficiales, además del español, faltaría más: el catalán, el gallero y el vascuence. Asimismo, se procurará que las mismas sean usadas en las Instituciones Europeas. Vaya por delante mi más absoluto respeto a todas las lenguas, como no podía ser de otra manera. A ese respecto, me viene a la memoria lo de Dámaso Alonso, uno de los grandes del 27: cuenta Umbral que, cuando iba a visitarlo, gustaba de recitarle versos en catalán, presidente que era, a la sazón, de la Academia. Dicho lo anterior, ya tenemos el lío preparado. Para empezar, en la Comunidad Valenciana ya han puesto el grito en el cielo, y con razón: el valenciano, tan cooficial como las otras, no figura en la lista. Inexplicable. ¿Creen ustedes que tardarán mucho los asturianos en pedir el mismo trato para el bable? Por de pronto, quieren hacerlo, si no lo han hecho ya, lengua cooficial. De ahí a pedir su uso en el Congreso, hay un pasito. Nada me extrañaría que algún grupo extremeño pretenda lo mismo para el castúo. ¿Que no? El que viva lo ha de ver, que decía mi madre ‘a ca noná’ (a cada nonada: al diccionario). O con la ‘fabla’, esa preciosa reliquia que se habla en San Martín de Trevejo y aledaños. En tiempos, quién sabe: me refiero a la época, finales del XIX, cuando una revista satírica publicó estos versos sobre cierto Diputado: “Es joven y es ejemplar/ y nos ha venido a honrar de San Martín de Trevejo/ y su cara es un espejo/ de una torta del Casar”. Enojado el Diputado, he aquí la respuesta: “Ni es joven ni es ejemplar/ ni nos ha venido a honrar de San Martín de Trevejo,/ ni su cara es un espejo/ de una torta del Casar”. Toma ya ingenio. Se me ocurre una idea. Aprovechando que todos los planes de enseñanza pretenden que los estudiantes españoles aprendan inglés -el latín actual, según Lázaro Carreter-, propongo que la lengua oficial de las Cortes sea la de Shakespeare. Pues mire usted, ésa podría ser una buena solución, pero resultaría un poco bochornoso, aunque creo que el inglés sería mejor aceptado por muchos que el español. Desechado, pues, el inglés, y a propósito del latín, ahí va otra idea, basada en la anécdota que cuenta el maestro Julián Marías. Observador, o algo así, que fuese en el Concilio Vaticano II, se topó con un cardenal centroafricano, y como no tuviesen ningún idioma común, acabaron hablando en la lengua de Cicerón. El latín, pues. De ese modo, mataríamos dos pájaros de un tiro: resolveríamos el problema lingüístico del Parlamento; y el latín resucitaría con todo su esplendor.

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