Pocos días después de lo de Feijóo, lo de la no-investidura y todo eso, Pedro Sánchez se apareció en carne mortal en un pueblo de Sevilla, y lo primero que hizo fue llamar mentiroso al aspirante gallego: “Está tan acostumbrado a mentir que ya hasta se miente a sí mismo”. La verdad, no tuve la ocasión de escuchar lo que a la mañana siguiente dijera al respecto Luis del Val, el buen periodista que ha inventado para nuestro presidente (en funciones) el sugerente sobrenombre de Pedro I el Mentiroso. Pero mucho temo que como mínimo sacaría a relucir el viejo refrán: “Cree el ladrón que todos son de su condición”. ¿Mentiroso Pedro Sánchez? No seré yo el que lo diga. Yo creo que lo que padece es una incapacidad congénita para distinguir la verdad de la mentira. Cosas de la genética.
Consideren lo anterior como introducción, es decir, como una manera de poner el toro en suerte, exclusivamente, pues que lo que yo pretendo es hacerles partícipe de algo que me venía martilleando la cabeza, por haberlo escuchado ‘cienes y cienes’ de veces en todos los políticos de la izquierda, desde tiempos inmemoriales: sin ir más lejos, Pedro Sánchez en el mitin referido. En cuanto se le presentó la ocasión, lo soltó con todas las letras: “Ahora nos toca a nosotros formar un gobierno progresista”. He ahí la palabra mágica: ¡progresista! Pues mira tú por dónde, de pronto se me vino a la cabeza la siguiente idea: ¿eso de ser progresista no será algo parecido a lo que se dice acerca de ser intelectual, en la inefable “Amanece, que no es poco”, deliciosa película tantas veces referida? Veamos.
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A la mañana siguiente, nada más levantarme, me pongo manos a la obra. Pues bien, desde entonces, no dejo de comprobar que todo lo progresista tiene muchas ventajas: “Cómo quiere usted el café”, me pregunta el camarero. “Progresista”, le dije. “¿El café o la leche?”. “Ambas cosas”. La diferencia es como quiera. Tres cuartos de lo mismo en la frutería. “¿Qué le pongo”. “Dos kilos de manzanas”. “¿Alguna clase?”. “Progresistas”. Es que no hay color. En el comercio de la esquina: “Deme una docena de huevos progresistas”. En mi vida he comido una tortilla tan apetitosa, que decía mi madre. Y así podría seguir indefinidamente. Prueben y verán si tengo razón.
Corolario: si todos los productos, sin excepción, son mejores cuando son progresistas, ¿cómo no van a ser mejores los políticos de dicho jaez? (quiero decir los progresistas).
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...