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QUE ME PERDONE CELA

Que me perdone Cela, “cuando en un sitio huele mucho a algo, el secreto no es oler más, sino oler distinto”, pero con la que está cayendo, sería una cobardía escribir sobre el sexo de los ángeles, que además carecen de sexo (conocido). Uno, en sus intuiciones, había llegado, tiempo ha, a la conclusión de que más tarde que temprano, acabaríamos en la situación actual: me refiero, más que a la amnistía de los Puigdemontes, al referéndum de autodeterminación (lo que me iba a reír si les pasara, ojalá, como a los escoceses), monedas de cambio que ponen patas arriba todo el edificio Estatal, cimientos incluidos. Fíjense si uno tenía el asunto en los calcañales, que, quinquenios pasados, en estas páginas me atreví a preguntar en voz alta: “Qué queda ya de España en Cataluña”, perdón, lo siento, en Catalunya. Casi nada. Fue cuando empezaron a abrir embajadas a calzón quitado por todo el mundo, borrado ya el castellano de las aulas (pasándose por el forro al Tribunal Constitucional), y ya bien crecidita la siembra de odio a todo lo español. Al final, acabé diciendo que si Catalunya se independizase, apenas se notaría, puesto que, llegado el momento, sólo se trataría de poner negro sobre blanco lo que ya era de facto. Ah, añadía asimismo que yo no veía al Barça jugando la liga francesa: ¿cómo iban a salvar la temporada los azulgranas sin ganarle un partido al Madrid? Alguien dirá que lo mío roza la frivolidad, pero la cosa estaba cantada desde que, por culpa de una ley electoral infame/infausta, a los nacionalistas les fue concedido un poder “anticonstitucional” que, como es natural, usaron “pro domo sua”, desde el primer minuto. Un poder excepcional al que acudieron, en busca de ayuda, todos los gobiernos que en Madrid han sido, a cambio de cesiones y más cesiones, que hasta Felipe hubo de recurrir, aquella vez que no llegó a la mayoría absoluta Y hablando de Felipe González: “Vamos a meter en la cárcel a Jordi Pujol”, dijo Alfonso Guerra al principio de los tiempos, cuando don Jordi se llevó ‘pa’ su casa los millones de Banca Catalana. ¿Qué fue de aquello, Alfonso? A mayor abundamiento, Felipe y Alfonso cometieron el imperdonable error de entregar la parte catalana del PSOE a los señoritos socialistas del lugar, los Maragall, los Raventós, los Serra, tiempos en los que el trío de la bencina, Bono, Chaves e Ibarra -¿verdad, don Juan Carlos?- iban a pedir el voto de la emigración para el Partido Socialista Catalán, que al fin y a la postre resultaría tan nacionalista como los otros. ¿Que no? El pobre Montilla, el acomplejado Montilla, el cordobés Montilla, acabaría multando a los tenderos que rotulaban en español. Que alguien me lo desmienta, si tiene... En resumidas cuentas: entre todos la mataron, pero España no murió. No morirá jamás. (Lo que he dicho de Catalunya sirve, tal cual, para el País Vasco, perdón, Euskadi. No veo yo al Atleti jugando la liga francesa).

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