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A LA MEMORIA DE MIGUEL ÁNGEL BLANCO

En cuanto averigüé que la mujer que estaba siendo entrevistada era la hermana de Miguel Ángel Blanco (27 años ayer de tan vil asesinato), se me dispararon todas las alarmas. De inmediato me vino a la cabeza lo de siempre: la repugnante imagen de cierto individuo y las repugnantes palabras que le dijera a los repugnantes dirigentes etarras en una herriko taberna: “Vosotros sois los únicos que entendisteis bien la transición”. O sea que para ‘entender’ bien la transición se precisaron casi mil alevosos asesinatos. Pa matarlo. No lo pude evitar: como un yonqui cualquiera, busqué celérico/colérico en la caja de los medicamentos, y sin agua ni nada me tomé tres o cuatro pastillas de primperán, el medicamento que cura las náuseas y los vómitos y que tantas veces he recetado. La vez anterior que necesité el antiemético, el primperán, me cogió fuera de casa. Sucedió no ha muchos meses en un bar de Plasencia. En esto que se me acerca un señor y me dice: ¿Es usted Agapito, verdad? El mismo. No sé si se acuerda de mí: yo también soy médico y vengo a darle las gracias por lo bien que se portó usted con mis padres cuando fueron sus pacientes hace ya muchos años, en Cáceres. Es lo único que sé hacer medianamente bien: tratar con cariño a las personas mayores; y no me hables de usted, que somos compañeros. Por cierto -continué-, ahora mismo se me ha venido a la memoria que un domingo al anochecer tuve que acudir a atender, muy cerca de la vivienda de tus padres, a una joven embarazada de muchos meses, a cuyo marido, guardia civil, acababa de matarlo la eta. Sí, era mi hermana. Me quedé de una pieza. Segundos después reaparecieron las arcadas: en cuanto recordé la coleta del individuo que dijo aquello del entendimiento de la transición a los ‘herrico-dirigentes’. Con gran disimulo, haciendo inspiraciones profundas, aguanté la desazón, y en cuanto pude, salí corriendo hasta la primera farmacia que encontré abierta, en busca del primperán, que me dispensaron gracias a que llevaba encima el carnet de médico. En fin. Disculpen que no haya escrito sobre la canción de moda: el ‘suicidio’ de Vox y todo eso (es imposible ponerle puertas al mar; al campo se las pone cualquiera), pero es que yo no podía dejar de dedicarle unas palabras a una de las muertes más atroces e ignominiosas que fueron “necesarias” para una “transición bien entendida”: la que ‘ensalza’ ese individuo, cuyo nombre no puedo escribir sin que me vuelvan las arcadas. Lo único que puedo hacer para que sepan de quién se trata es decirles que fue parlamentario europeo, diputado a Cortes, vicepresidente del Gobierno y, actualmente, profesor de la Universidad. (Democracia Constitucional llaman los expertos al sistema político que permite que un ciudadano pueda ostentar los cargos que acabo de enumerar, al tiempo que aprueba el asesinato de mil personas. Pues ustedes perdonen: para mí, algo no cuadra en dicho sistema; por muy leídos que sean sus mentores).

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