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LA TORMENTA Y EL MATERIALISMO DIALÉCTICO

Estaban jugando al fútbol. De pronto se formó la tormenta y al instante comenzó a llover a modo. Los muchachos salieron en estampida; menos uno que se refugió bajo la copa de un árbol, con tan mala fortuna, que el primer rayo lo dejó fulminado. Uno de los que salieron corriendo fue mi amigo Jesús Domínguez. Así considero yo la muerte del niño de Mocejón, dada la discapacidad mental del autor de las cuchilladas. ¿Pena de muerte? Ya serían dos los muertos. Y ahora, dejemos asunto tan horrendo, tan penoso, tan doloroso, y vayamos todos juntos a ajustarles las cuentas a otros discapacitados, intelectuales en este caso. “Amanece, que no es poco” está llena de momentos memorables. Dice uno, la azada al hombro: “Pues no sé, chico; yo no le veo más que ventajas a esto de ser intelectual”. Y contesta el otro, el zacho a cuestas: “Pues entonces conviene que empecemos por el materialismo dialéctico. Por tener una base, ¿sabes?”. Nunca agradeceré lo suficiente a J. L. Cuerda, autor de la película, guión incluido, que me haya dado hecho el trabajo sucio: lo del “materialismo dialéctico”, ese mantra tan manoseado en el mundo de la intelectualidad más casposa, cotelosa, ruinosa. Voy a ello. El último autor en el que yo esperaba encontrarme esas dos palabras, materialismo dialéctico, es Stephen Hawking (el genio plegable, que dijera otro genio, Manuel Alcántara), una de las mentes más prodigiosas que ha dado la especie humana: “Este resultado (el estado estacionario) era muy conveniente para el materialismo dialéctico marxista-leninista, porque evitaba preguntas incómodas sobre la creación del universo. Un artículo de fe para los científicos soviéticos”. Si no lo veo, no lo creo: la mugre y la cosmología juntas. ¿Por qué lo del trabajo sucio? Porque el materialismo dialéctico, y más si va seguido de marxismo-leninismo, siempre me ha evocado algo muy desgraciado, el comunismo, sinónimo para mí de represión, miseria y muerte, “la tragedia más grande de la historia de la humanidad”, según “El libro negro del comunismo”: ciento diez millones de muertos sólo en depuraciones, hoy “maduraciones”. (No me extrañaría nada que lo mío con el comunismo viniera de la niñez: le llamaban “el comunista” al bicho más malo y malencarado del barrio; tal vez si me hubiese enterado a tiempo de que mi tío Román, exiliado en Francia por comunista, era un bendito, la cosa habría sido distinta. Lo cierto es que los acontecimientos acabaron dando la razón al sentimiento.) Por último: dos físicos rusos creyeron haber encontrado la demostración de que el mundo nunca tuvo un comienzo: que “una contracción general sin simetría exacta….” Alto ahí: la misma ‘asimetría’ que existe entre los creyentes, de todo jaez, y los no creyentes. En efecto: una y otra vez, Hawking se disculpa por demostrar, ecuaciones en mano, que no fue necesaria la existencia de un Dios para la creación del universo. Por contra, jamás he escuchado a un creyente hacer lo propio por lo suyo. ¿Será cosa del espiritualismo dialéctico? Será.

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