Mientras la inmensa mayoría de los españoles estamos pasando unos días de gloria con estas temperaturas de suavidad paradisíaca, hay, empero, un grupo de ciudadanos que, ¡por las mismas razones!, se encuentran sumidos en la tristeza, el desánimo, la desolación. Me refiero a los informadores del tiempo, que a fuer del protagonismo que se arrogan sobre los fenómenos meteorológicos, han llegado a considerarse los verdaderos ‘hacedores’ del clima: de la última ola de calor, sin ir más lejos. En invierno, ya lo verán, se repetirá la historia: si viniese otra Filomena, se pondrán como niños.
Lo de ‘hacedores de olas’ es la paráfrasis de los ‘hacedores de la lluvia’, tan comunes en ciertas culturas: chamanes, sacerdotes, líderes espirituales, que invocan la lluvia con sus danzas y sacrificios rituales. Para que ustedes me entiendan: lo que sucede con los informadores del tiempo es algo parecido a lo del fútbol y sus narradores: hoy es más importante cantar un gol, gol, gol, gol, gol, gol….(hasta la asfixia) que marcarlo. ¿Que no?
Tristeza, desolación, desánimo, acabamos de decir. En efecto, luego de dos interminables semanas siendo los amos de las pantallas, con los mapas del tiempo echando fuego, ahora hay que empujarlos para que salgan a anunciar esta dulce bonanza: venga, mujer, si son cinco minutos de nada. En dos palabras, que se niegan a salir en pantalla. Más de uno ha tenido que recurrir a tratamiento psicoterápico, Brasero el primero, patrón de todos ellos con sus saltitos y contorsiones, que se pone como loco de alegría cuando el mapa arde por los cuatro costados, todo de rojo intenso con manchas de ladrillo requemado. Ya verán el día que se enteren de que las llamas del infierno son negras, que lo recoge Joyce en “El artista adolescente”, que hay que ver lo que le dio de sí la corta estancia que el autor del “Ulises” pasó en tan cálido y oscuro lugar (Sabina también: “Lo sé porque he pasado más de una noche allí”), algo parecido a las tres semanas de Darwing en las islas de los Galápagos, tiempo que le bastó para enunciar “El origen de las especies”, obra cumbre de un genio irrepetible.
En resumidas cuentas: que ni siquiera los pavorosos incendios que nos asolaban en esos saharianos días (al menos en el desierto refresca por la noche) fueron suficientes para disuadirlos de sus obscenas alegrías: a los nuevos ‘hacedores’ me refiero, claro es: ellos a lo suyo, y yo, queriendo retorcerles el pescuezo (es un decir).
Y hablando de incendios: decíamos hace dos semanas que un experto en las ciencias del campo me habló de que en los fuegos no todo son perjuicios. Pues bien, aquí va, de mi cosecha, uno de los grandes beneficios, con dos caras: los incendios sirven para escenificar el edificante lanzamiento de llamas entre el gobierno y las comunidades autónomas; y ya de camino, para que los periodistas de las tertulias muestren su absoluta ‘imparcialidad’ ante los hechos. Matarlos sería poco. A todos y cada uno.
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...