Maldita sea. Varios años llevaba durmiendo como un niño y mira tú por donde, a causa del atajo de falsificadores que nos rodean (Extremadura no se ha librado), he vuelto a sufrir las horribles pesadillas que de vez en cuando me asaltaron durante toda la andadura profesional. Ustedes no se imaginan el sufrimiento de saber que estabas ejerciendo la medicina sin tener aprobada alguna asignatura. Menos mal que la pesadilla iba seguida de una inmensa alegría: la que producía comprobar que todo había sido un mal sueño. Hasta tal punto llegaba la cosa, que en alguna ocasión estuve tentado de levantarme a buscar el expediente académico para comprobar que todo estaba en regla.
Pues bien, como les iba diciendo, desde hace unas fechas, han vuelto las angustias nocturnas. Y todo por culpa de los desvergonzados que en su día no tuvieron empacho en presentar un título académico falsificado, que hasta Yolanda la ‘Demóstenas’ (qué noches nos hubiera dado, en sustitución de el Risitas, si no se hubiese muerto Jesús Quintero), tuvo que borrar de su currículum tres o cuatro cosas y sustituirlas por cursillos de dos días de duración.
Lo vengo diciendo tiempo ha, que hasta he acuñado un ripioso pareado para la ocasión: “No hay torero sin valentía, ni político sin marrullería”. A saber: del mismo modo que se necesita una enorme dosis de valentía para enfrentarse a un bicho de 500 kilos, precedidos por unos cuernos así de grandes, algo parecido sucede en el mundo de la política: no se puede hacer carrera si genéticamente no se está pertrechado para llevar a cabo todo tipo de trapacerías (cualquier sinónimo viene bien).
“Mira a tu alrededor”, decía un anuncio de la tele, cuando entonces. Pues eso mismo les digo al respecto: miren a su alrededor y encontrarán tramposos y mentirosos por doquier, empezando por el presidente (el pescado comienza a pudrirse por la cabeza), al que le hicieron la tesis doctoral, que ni la leyó siguiera: tiene fallos y repeticiones que hubiese visto un invidente. Si el jefe hizo lo que hizo, apagamos y vamos, que dijera Radomir Antic.
Pero no quiero que se me vengan abajo. Lo que sucede en España, acaece tal cual en todos los países del mundo, por muy democráticos que sean: a todos los niveles. Consuélense pensando que el que fuese nada menos que “Monsieur le President”, el marido de Carla Bruni, lleva una pulserita de vigilancia, vamos, lo que se dice un ‘eufemismo’ legal para que los franceses no se sientan humillados al ver en la cárcel a un presidente de la V Republique, oh. El buen periodista, Luis del Val, lleva varios años llamando a diario al marido de ‘mi prima’ Bego, Pedro I el Mentiroso. ¿Ustedes creen que es el primero? Calla, mujer. Así le llamaron durante años a Nixon: El Mentiroso. Venga, arriba ese ánimo.
Yo por mi parte voy a consultar con mi psicólogo de cabecera a ver qué me aconseja para las insufribles pesadillas que me acaban de reavivar esa pandilla de malandrines.
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...