El otro día, alguien del ministerio de Educación endosó a Einstein una frase que por lo visto es de otro: “La educación es lo que queda después de olvidar todo lo aprendido en la escuela”. Don Alberto no dijo nunca cosas tan simplonas: según Stephen Hawking, ‘su’ principio de equivalencia (gravedad y movimiento uniformemente acelerado, ustedes perdonen) es el más fulgurante relámpago del pensamiento. La cita errónea del ministerio bien podría haber sido atribuida a mi admirado Manuel Vicent, al que uno le ha leído cosas parecidas a ésa: “Cultura es lo que queda después de olvidar todo lo aprendido”. Pero no. Como se ve, lo de Vicent es una variante de lo anterior: lo de la escuela y tal. Por lo visto lo dijo B. F. Skinner, un psicólogo que hubo, lo cual me parece una auténtica barbaridad. Me quitan a mí lo que aprendí en la escuela, y me deshago como un azucarillo. Y no digamos lo del bachillerato, que es el summum, según Pániker, aquel genio.
En efecto, estamos construidos con las cosas aprendidas en la escuela. Verbigracia: “Las potencias del alma son tres: memoria, entendimiento y voluntad”. Venía en el catecismo. Hoy, uno diría que la única potencia del alma -¿qué es el alma?- es la memoria. ¿Que no? Quítenle a una persona la memoria y verán lo que queda de ella: un vegetal con forma de persona. Como para andar jugando con lo aprendido en la escuela, que, por esas cosas del cerebro (el cerebro cuántico, según el profesor Campillo; el otro es el de andar por casa) es lo último que olvidamos cuando llega el inevitable arrabal de senectud.
Residencia de mayores: toda la tarde se pasó la buena mujer, nonagenaria bien entrada, hablando de sus recuerdos escolares y sólo de los recuerdos escolares: que si las cuentas de dividir, que si la caligrafía (qué palabra tan bonita), que si los afluentes del Miño, que si las cordilleras de España, y así todo el tiempo. Qué sería de dicha mujer si le prestásemos atención al señor Skinner y a los ‘desmemoriados’ del ministerio de Cultura y le quitásemos lo aprendido en la escuela. Ustedes mismos.
Es que con esto de las citas hay que tener mucho cuidado. Con lo fácil que es limitarse a la media docena de frases más célebres, un suponer: “Conócete a ti mismo” (Sócrates); “Pienso, luego existo” (Descartes); “Ser o no ser (el inglés); “Yo soy yo y mis circunstancias” (don José Ortega); “Tiene que haber gente pa to” (Rafael el Gallo); “Eso dependerá de donde dependa” (mi tío Dioni); “Eso será de cualquier cosa” (mi amigo Félix Pérez), y por ahí seguido.
Les aseguro que con esa media docena de citas se puede uno defender perfectamente por la vida. Ahora bien, si alguno de ustedes quiere lucirse ante alguna señora, Isabel Preysler, por ejemplo, ahí les brindo una de Leibniz, que es infalible: “El arte es la más alta expresión de una matemática racional e inconsciente”. ¿Que dónde la aprendí? En un libro del bachillerato. De nada.
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...