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Ingenieros al poder


 Dada la incapacidad de los políticos, junto a sus primos los macroeconomistas, de sacar a España del atolladero en el que nos ha dejado sumidos el zapaterismo (‘insensatismo’), de nuevo me toca a mí brindarles a todos ustedes la solución, ante la grave situación; gratis et amore, como siempre. Ya adelanté algo sobre las autonomías, perdón, estaditos autonómicos, esa ruina perpetua, con sus presidentitos, sus ministritos, sus parlamentitos y sus televisioncitas, pero ahora la cosa va a la raíz del problema, pues que, a grandes males, grandes remedios. La idea, que ahora explicaré, se me ocurrió el otro día, yendo y viniendo de Santander: ingenieros al poder.

  Se lo contaba el poeta Gabriel Celaya, que cursó los estudios de ingeniería, a Manuel Vicent: “Nos lo dijo muy serio el director de la escuela. Para que ustedes se den cuenta de la importancia social que tiene el ser ingeniero, sólo les voy a recordar una cosa: en las obras de los hermanos Quintero, el galán siempre es ingeniero industrial”. Pues por ahí va la cosa. Un “gobierno de tecnócratas”, dicen que es la solución, cuando llega la irremediable ocasión. Como se ha hecho en Italia; como quisieron hacer en Grecia. Como quisieran hacer en España. Totalmente de acuerdo. ¡Mas no de macroeconomistas! Demostrado está que esos tíos no sirven para nada, que un día dicen una cosa y al día siguiente dicen la contraria, ya se trate del director del Banco Mundial, del Banco Central Europeo, del Banco de España, del ministro de lo que sea, o del sursum corda. Pero hombre, si hasta los premios Nobel de Economía se contradicen entre sí. ¡Fuera macroeconomistas de la política! Gobierno de tecnócratas, sí. Pero de ingenieros.

  Me explico. Con la boca abierta fui todo el tiempo (yo no conducía, claro), mientras atravesábamos la provincia de Santander, cuya belleza es sólo comparable a ciertas comarcas de Extremadura. (Lo que yo te diga a ti.) Mi asombro no tenía límites: un túnel, un viaducto; un túnel kilométrico, seguido de un interminable viaducto sobre el abismo. A cual más majestuoso. A cual más asombroso. ¿Quiénes son los artífices (los culpables diría un periodista deportivo) de tan firmes y faraónicas construcciones, hechas con el más puro rigor físico-matemático, destinadas a la perduración y a cambiar la vida de las personas? ¿Los macroeconomistas, tal vez? Anda ya. Eso quisieran ellos, con sus dubitaciones permanentes. Cuatro días durarían los puentes; dos semanas los túneles.

  Pues bien, es ese ‘puro rigor físico-matemático’ que atesoran los profesionales de la ingeniería, en cualquiera de sus ramas, el que necesita actualmente nuestro país. Es que no me imagino yo a un político (analfabetos casi todos) dándole consejos a un ingeniero. Disparado saldría de la obra (el político), al instante: “Usted de esto no tiene ni (…) idea”. Alguno dirá que sí, que los ingenieros atesoran unos formidables conocimientos científicos, que ya lo dijo uno que fuera profesor de la cosa en una universidad USA, “el nivel medio de los ingenieros españoles es muy superior al de sus colegas americanos”, pero que no tienen ni idea de economía. Y aquí viene la solución. “En dos tardes le enseño yo economía a Zapatero”, dijo Jordi Sevilla, economista él. Pregunta: “Por veinticinco pesetas. Si Zapatero necesitó dos tardes, ¿cuánto tiempo necesitará un ingeniero? ¡Tiempo!

  Ingenieros al poder, ya.  

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