En estos
momentos de tribulación, en que tanta gente anda con el pesimismo nacional bajo
el brazo, tengo yo el gusto de brindarles a todos ustedes una bocanada de realismo,
es decir, de optimismo.
Hace mil
mundos, en un tenderete de ferias, me compré, a diez duros la unidad, las nueve
sinfonías de Beethoven (acabo de encontrarlas: sinfónica de Baviera, Helmut
Jenssen). Por el precio, se pueden imaginar las horas de feria y de intemperie
que tenían las cintas. Fue el caso que, en aquel tiempo me estaba preparando la
oposición a médico de prisiones, ocho horas al día de cárcel, que decidí
dulcificar con la música de mis sueños. Melómano enfermizo que es uno (nadie es
perfecto), durante varios meses, tuve por compañero de estudio a Beethoven: de
la primera a la novena, y vuelta empezar. No aprobé la oposición, pero las
cintas, me las aprendí bien aprendidas. Me dan una batuta y soy capaz de
dirigir la Filarmónica de Berlín, sin partitura ni nada. Lo que yo te diga a
ti. (Sigamos.)
Muchos años
después, una mañana veraniega y playera, en pantalla los dibujos animados que
habían dejado vivos los nietos, en lugar de apagar el aparato (no me pregunten
por qué), al cambiar de canal, me topé con un milagro: la sexta de Beethoven, a
cargo de la orquesta de Radio Televisión Española. Me quedé clavado y absorto,
claro. Les juro por mi conciencia y honor que, al acabar la obra, pensé para
mis soledades: somos alemanes. Tal fue la perfección de la interpretación. (Prosigamos.)
No ha muchos
meses, una noche cualquiera, en casa de mi padre, buscando algo decente en la
pantalla, veo que anuncian (homenaje a las víctimas del terrorismo: a muerte
con vosotros), la novena de Beethoven, ¡ah, el tercer movimiento!, por la misma
orquesta de antaño. Ni que decir tiene que me quedé petrificado en el asiento.
A mi padre, sordo como una tapia, también le gustó mucho. Al acabar la obra, lo
mismo que aquel día en la playa: somos alemanes. Ojo, no he dicho que no tengamos
nada que envidiar a los alemanes, no; he dicho que, en lo que a ‘su’ música
respecta, somos iguales que ellos, o mejores.
Creo que ha
llegado la hora de decirles que, puestos a hacer las cosas bien hechas, somos
tan buenos como los que más. Los alemanes sin ir más lejos. Con trabajo y esfuerzo,
por supuesto, que parece ser la parte fuerte de dicho personal. La
reunificación, un suponer. Cuando la reunificación, los alemanes de acá se
echaron a la espalda a ¡25 millones de parados!: los alemanes de allá. Y a base
de esfuerzo y de trabajo, en cuatro días, han vuelto a hacerse los amos de
Europa. Pues bien, si a base de tesón, esfuerzo y trabajo, ‘los españoles de la
vagancia’, somos capaces de comerle la merienda musical a los alemanes, ¡y no
al revés! (no me imagino a un alemán imitando a Porrinas), ¿no vamos a poder
nosotros con nuestros seis o siete millones de parados? ¡En cuanto que nos
pongamos manos a la obra! Pero hombre, ¡si ellos han tenido que recurrir a un
español para que marque los goles de su selección! Mi sobrino Mario: Mario
Gómez.