Sí, ya sé que
a toro pasado se torea muy bien: puede uno adornarse con la tranquilidad de no
ser empitonado y tal. Pero les aseguro que lo de hoy no lo glosé hace tiempo,
no por causa del miedo, es que uno no puede estar en todo.
Hará como unos
veinticinco años, mi compadre se compró un pegujal (al diccionario) de tierra,
plagado de hermosas y selváticas escobas, y ni corto ni perezoso se fue en cata
de uno de los escoberos de toda la vida (mi padre fue escobero), y se encontró
con la siguiente respuesta: “¡Escooobas!” (léase: ¡a buenas horas!). Total, que
mi compadre tuvo que arrancar las escobas él solito: no encontró a nadie
dispuesto a tan ardua tarea, ni por un buen jornal. Cuando me enteré de la
cosa, sentí como un cierto alivio: al fin, un escobero se permitía el lujo de
decir no a las escobas, con las que tanto hubo de penar en su tiempo para dar
de comer a la nutrida recua de hijos. Además, al hombre le faltaba poco para dejar
de cobrar el paro, por la inminente jubilación.
Lo del escobero era comprensible, ya digo,
pero les juro por mi conciencia y honor que lo que nunca me cuadró fue lo del
tomate, ni lo de las cerezas, ni lo de las fresas, ni lo de etcétera.
En efecto,
nunca me cupo en la cabeza, y mira que la tengo grande, que para la recogida
del tomate hubiera que recurrir a la mano de obra de nuestros vecinos
portugueses mayormente. ¿Que todos los extremeños estaban empleados? Calla,
hombre, calla. En Extremadura, el paro nunca bajó de un diez por ciento, de un
quince si me apuran, de modo y manera que, mientras los portugueses recogían a
toda prisa los tomates, en nuestros pueblos siempre hubo gente que prefirió
seguir comiéndose la sopa boba, o sea, cobrando el PER o el subsidio de
desempleo, o lo que fuere. ¿Que qué hubiera hecho yo si no hubiese estudiado
una carrera? (eso sí, siempre con beca, como el profesor Senabre). Seguramente
habría hecho lo mismo, claro. Pero es que yo no culpo a los parados, válgame el
cielo, que los pobres no son más vagos que los ricos. A los que yo quiero poner
el dedo en la nariz es a los señores que durante los últimos siglos gobernasen
esta tierra con pulso firme y demagógico, empezando por el líder máximo, el
ideólogo de la revolución cultural de Extremadura, el hombre providencial que
con tanta facilidad sigue recurriendo a la modernísima dialéctica de antaño
para combatir/denostar a todo aquel que ose criticarle, “la extrema derecha”
les llama, sí, señor, así se habla (el otro día en la radio: entrevista sobre Peces-Barba).
¿Ustedes escucharon alguna vez a nuestro Mao comentar algo al respecto. ¡Que se
pudran los tomates!, hubiera dicho. Y se hubieran podrido, de no haber sido por
las familias portuguesas que acudían a la ‘vendimia’ del tomate, mientras en
nuestros pueblos había miles de hombres tirándoles cantos a los perros. Y se
hubieran podrido, asimismo, las cerezas del Jerte. Y las fresas de Huelva (que
ésa es otra), de no haber sido por las rubias manos de las bellezonas rusas.
De aquellos
polvos, estos lodos.