Leo en estas páginas que 1250 personas, inmigrantes mayormente, se quedarán sin asistencia sanitaria gratuita en nuestra región, salvo caso de urgencia. Y lo primero que se me ocurre pensar es en quién le pone el cascabel al gato. Lo vamos a ver enseguida, o en seguida, que de las dos formas se puede escribir, va en gustos. Estas cosas se entienden mejor con un ejemplo, o sea, proyectadas sobre una persona de carne y hueso, de más huesos que carne, en el caso que nos ocupa. Así que, procedamos.
Hace algún tiempo, se me presentó en la consulta una joven de unos veinte años, procedente de uno de los países iberoamericanos que proveen de cuidadoras a nuestros ancianos (compréndanlo, los extremeños somos/éramos ricos y no estábamos para esas labores). “Dígame, señorita: en qué puedo ayudarla”. Y me entrega un fajo de papeles con aspecto de muy leídos, en donde reza tan estremecedor comentario: “Como se sabe, esta enfermedad conduce a una muerte temprana, dejada a su evolución espontánea, si no se practica un tratamiento quirúrgico”. Levanto la vista y le pregunto: “¿Usted está al tanto de todo?”. Y me dice que sí, que sabe que su muerte es cuestión de pocos años si no recibe el tratamiento adecuado: “En mi país me han dicho que esta intervención allá no se practica”. “Claro, y aprovechando que ha venido usted a visitar a su madre, a ver si de camino se la pueden hacer en España. Yo habría hecho lo mismo”.
¿Que qué hice? De inmediato, la derivé al especialista correspondiente, que con las mismas, se puso en contacto con el centro de referencia para estos casos. Y en esas estamos: en espera de que, llegado el momento, le sean trasplantados los pulmones. La muchacha, como es natural, no ha cotizado ni una sola peseta. Y aquí es donde viene mi corolario: a ver quién es el guapo de se atreve a dejar morir a la muchacha por la falta de cotización. O ponerla en la frontera.
¿Entienden ahora lo que quería decirles? Sí, ya sé que es un caso excepcional. No menos excepcional, perdón por la comparación, que el de la cigüeña, un suponer, que te encuentras a una con una pata rota y llamas por teléfono y al rato se te presentan dos o tres personas, que se hacen cargo del animal y lo escayolan y le dan de comer y lo operan si es necesario. Y lo mismo si es un perro: si es un perro no digamos, que no hay Dios que aguante la mirada de un perro herido. En fin, que si eso se hace con los animales, me parece muy bien, cómo no lo vas a hacer con una persona, por muy ilegal que sea su situación: “Sólo en caso de urgencias”. Pues a ver quién es el bonito que se atreve a dejar de prestar asistencia, y que luego se complique la cosa.
Dice Arcadi Espada, el buen articulista, que los inmigrantes tienen que tener los mismos derechos que los presos: sanidad gratuita. Totalmente de acuerdo. Pero sin pasarse, claro: como ha sucedido en los últimos años en nuestras cárceles. Y fuera de ellas.
A ver quién es el guapo, ya digo (yo no, que dejaron de decírmelo al llegar a la adolescencia).
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