Ayer,
justamente ayer, el mundo cumplió 6012 años. Lo que yo te diga a ti. Y el
personal sin enterarse. Con lo bien que nos hubiera venido un día de fiesta,
celebración de tan magna efeméride, con sus fuegos de artificio y todo, en
estos momentos de pesimismo patrio, pesimismo tan grande como los atascos
festivos que se producirán en las carreteras el puente de todos los santos: a ver
cómo se conjuga eso con el llanto, majestad. Oiga, que lo del cumpleaños del
mundo no lo digo yo; quien lo refiere es uno de los más inmensos talentos que
ha dado la especie, humana, se entiende, Stephen Hawking, en su impactante
obra, “El gran diseño”: “El obispo Ussher, primado de toda Irlanda desde 1625
hasta 1656, situó el origen del mundo con mayor precisión todavía, a las 9 de
la mañana del 27 de octubre del año 4004 a. C.” Con un par. Y si lo dice el
señor obispo, a ver quién es el guapo que lo pone en duda. Imagino yo que el
buen hombre haría sus cálculos basándose en la Biblia: tantas generaciones, a
tantos años la generación, nos dan 4004 años, hasta el nacimiento de Cristo. Y
se quedó tan convencido. Tanto, que no dudó en hacerlo público.
No seré yo
quién ponga en duda lo de Adán y Eva, pero no es menos cierto lo de los hombres
primitivos (no confundir con los hombres primarios: los que nos dedicamos a la
atención primaria), que, según la enciclopedia escolar, eran tan primitivos
como su propio nombre indica: todo el día haciendo fuego con unos palos y todo
el día metidos en la caverna cuando no tenían que cazar. Claro, con esos/as
mimbres educacionales, no había quien entendiera, un suponer, lo de la cueva de
Altamira, “la capilla sixtina del paleolítico”, en cuyos bisontes, según
Picasso, que de eso sabía un rato largo, está toda la pintura universal. ¿Cómo
es posible que siendo tan primitivos, tan paleolíticos, pudieran pintar tan
maravillosamente?, me preguntaba yo de chico (y hasta de bien mayor), y usted
también, amable lector, que le estoy viendo la cara. En efecto, ingentes son
las veces que hemos dicho, hemos escuchado, eso tan manido de: fíjate las cosas
que hacían los antiguos. Es que, antiguos serían muy antiguos, pero de torpes
no tenían ni un solo pelo de la barba: ¡eran como nosotros! (de torpes o de
listos).
A cuento de
qué viene todo esto. Me explico. “Cuanto más me conozco a mí mismo, más conozco
a los demás”, dijera el sabio. Comoquiera que, por culpa de la instrucción
escolar, a mí me costó mucho desprenderme del “fíjate lo que hacían los
antiguos”, pienso que a los demás les pasa lo mismo. Yo me ‘curé’ de aquello el
día que aprendí en algún Arsuaga que la capacidad craneana de nuestra especie
no ha cambiado en los últimos cien mil años (doscientos mil le escuché a Luis
Alberto de Cuenca, ese genio grecorromano). Por eso cuento todo esto: por si a
alguien pudiera servirle de algo.
En
resumidas cuentas: hace cincuenta mil años, bien pudiera haber nacido un
portento como Stephen Hawking. Pero claro, entonces no había sillas de ruedas
con sintetizador de voz. No obstante, feliz cumpleaños, en nombre de monseñor
Ussher.