Ha circulando un rumor sobre Fidel Castro, que si está muy malito y tal; incluso se ha llegado a decir que había muerto. Sea o no verdad el rumor, lo cierto es que el día que Fidel se muera, además de un dictador, o tirano, o como ustedes quieran, además de un brillantísimo hispanohablante (no hispanoparlante, horror), se morirá el único hombre que ha sido capaz de hacer discursos de hasta ocho horas de duración. Pero no se preocupen: tal que dijera Alfonso Guerra, en política los vacíos se llenan de inmediato. Ya está preparado el sustituto. Me refiero a lo de los discursos inacabables, claro: el gobernador de Extremadura, o sea, el señor Monago.
Sucedió en Plasencia, jueves 18, solemne acto de entrega de los premios “Extremeños de HOY”. Finalizada la alocución del director de esta casa, “a continuación, tiene la palabra el presidente del gobierno de Extremadura”. No sé si ha acabado todavía. Cinco horas estuvo hablando el buen hombre. Al menos, por mi reloj biológico. En casos así, uno tiene un recurso infalible, mágico, maravilloso, para no morir intoxicado por la verba política: meto la mano en el bolsillo, en donde llevo siempre un rosario, y me pongo a rezar para mis adentros. Tres rosarios completos, tres, me recé yo solito (misterios luminosos, que era jueves); bueno, con la ayuda del señor obispo de la ciudad, que estaba delante de mí (‘delante mío’ dice el analfabetismo rampante), que se incorporó al rezo cuando escuchó mis musitaciones.
Acabadas que fueran las preces, uno pensaba que el señor Castro, perdón, Monago, acabaría su catarata verbal en breve, pero mi gozo cayó en un pozo: dos horas duraría lo suyo todavía. Entonces, me entró una gran preocupación. No por los homenajeados, que parecían convidados de piedra (ni aludidos fueron); no por el señor Fernández Vara, que hubo de soportar toda suerte de andanadas sin posibilidad de réplica; no por la concurrencia, políticos en su mayoría, miles, acostumbrados a soportar este tipo de pestiños (va en el sueldo, del erario público): deformado por la profesión, empecé a preocuparme por la salud de uno de los premiados, Victorino Martín. ¿Cómo estará aguantando flagelación semejante un hombre de 83 años? Me tranquilicé un poco cuando, aprovechando una meada prostática, vi que estaba dormido como un tronco, roncando un poquito, incluso.
Cumplidas las cinco horas, ya digo, en el tiempo de descuento, se dio paso, al fin, al acto central de la ceremonia, ¿o no?: la entrega del premio a los premiados. A ver cómo despiertan ahora a Victorino, me preguntaba yo. “Esa vaca pare mañana”, dijo sobresaltado, cuando alguien le tocó en el hombro. Tratándose de un hombre del toro, “palangana y toalla ya prevenidas” (paráfrasis de “una espuerta de cal ya prevenida”, de Lorca a la muerte de Sánchez Mejías), le llevaron al célebre ganadero con el fin de que se espabilara un poco. Y así fue: allí mismo se lavó raudo la cara (como sigue haciendo mi padre), y arrojando la toalla, como un novillero saltó a la arena/escena, en donde, dubitativo al principio, acertó a decir las palabras más bonitas y breves de la noche: “Yo le digo al todo el mundo que hay que venir a Extremadura, que es la tierra más bonita de España. Muchas gracias."