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La decadencia


    Dios mío, la que ha liado el juez Pedraz, el “pijo ácrata”, que le llamase uno del PP, con eso de la “decadencia de la denominada clase política”. Este hombre no sabe en qué mundo vive. Hablar de ‘decadencia’ precisamente ahora, que tenemos en la política a las mejores cabezas del país, me parece una muestra de desconocimiento absoluto de la realidad. “España es un país lleno de talento”, ha dicho don Valentín Fuster, el gran cardiólogo e investigador, que algo sabe del particular. Pues bien, lo mejor de esos talentos se han dedicado y se dedican a la nobilísima tarea política, o sea, a trabajar por el bien de los  demás, abnegadamente, que no en su propio beneficio, ni muchísimo menos. Lo que yo le diga, señor juez. Y usted sin enterarse. Usted, señor Pedraz, no sabe que los políticos de las últimos tiempos saben todos leer y escribir, e incluso algunos saben hacer cuentas de dividir (por dos), cosa que nunca aprendiese (lo dice sin rubor) el gran poeta Pablo Neruda. Sirva como ejemplo, de anteayer mismo (dejemos que se socarren los actuales), el caso de doña Leire Pajín, que abandonase su rutilante carrera como investigadora del CSIC (biología, como Negrín, otro que tal bailaba), para hacerse cargo, valientemente, de la cartera de sanidad, son sólo unas anginas en su currículum. Sin olvidar, claro es, a otras figuras de relieve como Celia Villalobos, Celestino Corbacho, María A. Trujillo, José Blanco, Magdalena Álvarez, Bibiana Aído, Carmen Chacón o el mismísimo Rodríguez Zapatero, hombre de probado talento, que, como es natural, se rodeó siempre de las mejores cabezas, que ya lo dijera Jenófanes, uno de los siete sabios de Grecia: “para descubrir a un genio, hace falta ser un genio”. En fin.

   Gorda la ha liado el señor juez, ya digo. En lo que sí ha acertado plenamente ha sido en lo importante: en justificar las intenciones/actuaciones de los muchachos que se manifestaron pacíficamente en la periferia del Congreso, circundándolo de ciudadanía, por primera vez. “Primus circumdedisti me”, ponía en el escudo de armas que Carlos I (V para los alemanes) le concediese a Juan Sebastián Elcano por haber sido el primero en circundar el mundo navegando. Eso es lo único que la ha faltado al señor juez para redondear su brillante auto (no confundir con el coche del señor juez recién lavado): “Vosotros fuisteis los primeros que rodeasteis”.

   He dicho pacíficamente, sí, pues que sólo hubo una centena de heridos. Pacíficamente, sí: ni una pistola, ni un fusil, ni una ametralladora, ni un simple cañón usaron los manifestantes, con lo fácil que les hubiera resultado pertrecharse de explosivos, como ese loco que quería volar la universidad de Las Baleares; tan sólo piedras, picos, palas y azadones (las palas eran obligadas: por la proximidad del hotel ‘Palas’ al Congreso). Tan pacífica como torpemente, ay. Querían asaltar la sede de la soberanía popular y no se dieron cuenta de que el Congreso es sólo la mitad: ¡se olvidaron de la otra mitad, el Senado! (el ‘Senao’ de Felipe González), que allí sí que hay talento.

  Y para acabar, una pregunta que dirijo a todos ustedes. ¿Creen que de haber sido el PSOE la fuerza mayoritaria del Congreso, hubieran intentado el pacífico asalto? No me contesten ahora. Háganlo después de la publicidad.      

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