Fue Voltaire el que lo dijo: “Todo les sale
bien a las personas de carácter dulce y alegre”. ¿Lo contrario también será
cierto? Seguro. Hoy se sabe que el ánimo influye sobremanera en el rendimiento
intelectivo y por ende en el laboral (intelectual es otra cosa que confunden
mucho los que van de intelectuales. Te puedo asegurar, amable lector, que a mí,
de tener mando en plaza, un trabajador amargado me duraría menos que el “tiempo
de Plank”, que es la unidad de tiempo más pequeña que puede ser medida (venga,
quiero ver a todo el mundo consultado en internet). En un negocio privado, tú
pones a un amargado de cara al público y te lo arruina en dos días. Lo que yo
te diga a ti. ¿Por qué, pues, consentirlos en la función pública?
Es que hoy,
crisis mediante, se ha puesto de moda quejarse a todas horas. Y yo me digo: que
se quejen los varios millones de parados (llegaremos a siete, y los pájaros
seguirán cantando), bien está, pero que lo hagan por sistema muchos de los tíos/as
que tienen un puesto de trabajo seguro (de los cientos de administraciones), me
parece una muestra de verdadera desvergüenza. Y todo, porque nos han recortado
unos euros del jornal, dicen. Pero yo sé que no es por eso, mayormente, sino
porque nos han podado los días que teníamos libres, mes de vacaciones aparte; y
sobre todo, lo sé yo, porque los zánganos y las zánganas ya no pueden faltar al
trabajo con la alegría que lo hacían antes, que son los que más se quejan,
claro.
Decíamos el
otro día que, en el futuro, habrá una manera sencilla de descubrir a los
Bárcenas (con el tiempo, ‘bárcena’ será sinónimo de todo individuo que no se ve
nunca ‘jarto’ de perras): mediante el olfato de un perro bien entrenado, que
detecte en la entrepierna (algo habrá en los emuntorios) la sustancia que esos
individuos segregan en presencia del dinero, como que se hace en el mundo de
las drogas y tal. Para los amargados de la función pública, no hace falta
esperar al futuro. La cosa es muy sencilla. Se trataría de detectar, mediante
un análisis de sangre el nivel de ciertas sustancias: las que determinan el
estado de ánimo, tanto la alegría (endorfinas y encefalinas, serotonina y demás)
como la mala leche de la amargura (habrá que preguntarle a Punset). Lo que
sigue, está clarísimo: los amargados, a la puta calle, sustituidos de
inmediato, claro está, por personas “de carácter dulce y alegre”, que en las
listas del paro los hay a miles, deseosos de trabajar como Dios manda, gentes
de formación sobrada, previo análisis, por supuesto. Antaño, no era infrecuente
encontrarse tras un mostrador o ventanilla a un señor con el carácter
avinagrado por culpa de la úlcera de estómago. Hoy, desde que se descubrieron
los ‘omeprazoles’, eso ya no es perdonable. Así que lo dicho: a la puta calle
con los amargados (mañana mismo, una voz masculina de cierta centralita del SES
y un zafio y vocinglero oficinista del Infanta).
¿Que por qué
no digo nada de los políticos ‘sobrecogidos’? Tú comprenderás que en un escrito
donde salen Voltaire y Max Plack, no hay cabida para ‘personajes de tercera’,
que dijera el gran Cela (loor al genio).