Raro es el día que no me dice alguien: ahora tienes buen avío de materia para poner a caer de un burro a la casta (no de castidad) política, pero como queriéndome decir: dales caña a los del PP, que bien se la diste en su tiempo a los socialistas. A la vista de tantos requerimientos, he decidido hacerles caso. Que se vayan preparando, pues, los santurrones de la derecha. Se van a enterar de lo que vale un peine. Allá voy.
Intelectuales y artistas de dentro y de fuera, de fuera mayormente, conminan a Muñoz Molina a que no recoja un premio concedido en Israel, ya saben, hay quien piensa que los judíos de ahora son tan malos como los de la Biblia, o peores, y que los palestinos que revientan autobuses repletos de personal son unos angelitos, de Alá, claro, pero angelitos. Verdes las han segado, ha respondido el escritor: “es profundamente injusto hacer un boicot global a un país con una sociedad abierta y plural como la israelí”. Mira tú qué casualidad, la noticia me coge enfrascado en la lectura de ‘Sefarad’, una de las obras más profundas y bellas de su bella y profunda escritura. No hace falta decir que es precisamente por ese libro por lo que le fuera concedido el premio, cuya mención es el pretexto para lo que sigue.
Es que a mí, Muñoz Molina me tiene comido el tarro. ¿Que por qué? Porque su escritura está entre las más limpias, hondas y bellas que uno se ha echado a la cara (en cuanto a la hondura, Milán Kundera a su lado es un navegante de cabotaje). Dijo Pla que la literatura es el adjetivo. Pues bien, a ese respecto, puedo asegurarles que Muñoz Molina es literatura en estado puro: el adjetivo exacto, en el momento preciso, con una naturalidad pasmosa, nada de rebuscamiento, que eso se nota a la legua. Ustedes disimulen, no me pidan que opine sobre un cuadro, pero en esta materia, donde pongo el ojo, pongo la bala: Muñoz Molina es un genio por muy temprano que se levante. Cuando nos diera una charla en El Escorial aquel verano, yo todavía no había leído, ay, ‘El jinete polaco’, mi deslumbramiento ‘moliniano’. De haber ido con los deberes hechos, me hubiese arrodillado ante él, lo que yo te diga, tal que hiciera con el gran orífice de la adjetivación, quién va a ser: Umbral, coño, Umbral. O como hiciera ante don Camilo, el sumo sacerdote de tan sacrosanta religión, cuando viniese a Cáceres con motivo del nombramiento Mundial y Patrimonial de su monumentalidad (cada uno tiene sus santos, ¿pasa algo?). Cómo no va uno a venerar a Muñoz Molina. Aparte su excelsa prosa: “…junto a ella (Casa Cristina) nos citaba el amo de los olivares para el que trabajábamos como aceituneros mi madre y yo” (‘Sefarad’). Me estremecí al leer aquello: yo también iba con mi madre a coger aceitunas a tanto el kilo, heladas siberianas, qué frío, Dios mío. (Como no me gusta que nadie me eche la pata, quiero ser el primero en pedir el Nobel para Muñoz Molina. Que conste en acta.)
-Oiga, que no nos ha dicho usted nada de los políticos y sus corrupciones.
-Usted perdone. Es que ‘me sa orvidao’.