Hoy tocaba
hablar del numerito que montaron el otro día en el Congreso el antropoide Tardá
y compañía, un paso más hacia la independencia de Cataluña, perdón, Catalunya,
que por ahí empieza todo: cuando los Vázquez Montalbanes y demás charnegos intelectuales
principiaron a escribir Catalunya en periódicos en castellano. He dicho
independencia, sí, y no esa soplapollez del soberanismo o secesionismo que
dicen a todas horas los ‘periolíticos’, o sea, los periodistas que sólo saben
hablar de política, que ya lo dijo Santiago Carrillo: en realidad, muchos
periodistas querrían ser políticos. Lo de Cataluña será, sí, una independencia
en toda regla, que para eso ha dedicado toda su vida al menester Jordi Pujol,
el tío más dañino (no olviden a Arzallus) que ha parido madre: “tan inteligente
como insoportable”, dijera de él Salvador Pániker. Pero no crea don Jordi que
lo suyo tiene mucho mérito. La cosa venía rodada de muy atrás, que ya lo dijo
Ortega: “Lo de Cataluña no tiene solución dentro de España”. Y si a eso le
unimos la inestimable ayuda de los compañeros de Ibarra, el cordobés Montilla a
la cabeza, “apagamos y vamos”, Radomir Antich dixit. ¿Creen ustedes que lo de
la inmersión lingüística, o sea, la proscripción del castellano, tenía otro fin
que cavar una fosa con el resto de España? Vamos anda. Don Jordi es muy malo,
pero de tonto no tiene un pelo, ya está dicho, y no puede ignorar lo que dijera
una vez un ministro de la India: “Tenemos treinta idiomas, varios miles de
dialectos y un idioma común, el inglés”. El idioma común proscrito en las aulas
de Cataluña lo hablan quinientos millones de personas. ¿Queda claro?
De eso tocaba hoy, y del primo de Leticia,
que yo tengo primos malos, más que un dolor, pero a ése no hay que le eche la
pata, que ya hay que ser canalla (con h y con p), y del acendrado amor de don
Juan de Borbón a España, que ha salido a relucir junto con la herencia suiza de
los mil millones, sentimiento que nunca he visto en mi padre, pena me da, que
se lo pregunté el otro día, ¿usted ama a España?, y ni con el sonotone fue
capaz de entenderme, ¡no sé qué coños dices¡ y como no sabe leer, no se lo
puedo preguntar por escrito, con lo que me quedaré con las ganas. De todo eso,
ya digo, tocaba hablar hoy. Pero como el personal está estragado de cosas feas,
he preferido hablar de una noticia alegre: una muerte. Tranquilos, tranquilos:
es sobre Sara Montiel, “la voz que destila estrógeno” (la hormona femenina por
definición), que así titulase el gran Cela la entrevista. Es que estoy seguro
de que les va a alegrar la mañana lo que les voy a contar, y que muy pocos
conocen, tanto fútbol ni tanta leche: “Una tarde, que fue al seminario de
Orihuela a llevarle algo de comida al preso Miguel Hernández, el poeta le
preguntó a la madre: Esta niña, tu hija, ¿es de verdad?”. Cómo sería la niña
que ni el hambre ni la tuberculosis impidieron al poeta deslumbrarse en su
belleza. No me extraña nada que, ya crecidita, Severo Ochoa perdiera hasta el
ADN por ella. ¿Es o no es una noticia alegre?