Noticia de
alcance: “Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir”,
según acaba de declarar por escrito Jorge Manrique, en una cosa impresionante
que le ha dedicado a su padre recién muerto, que nada más publicarse ya es
considerada pieza cumbre de la literatura del género, junto al estremecimiento
telúrico de Miguel Hernández a su amigo Ramón Sijé y la no menos portentosa de
Lorca al torero-poeta, Ignacio Sánchez Mejías. Perdón, perdón, se me acaba de
ir la pinza. Es que, hablando de ríos que van a dar a la mar, se me han cruzado
unos ríos con otros. La noticia de alcance del otro día (nunca supe por qué se
dice lo del alcance) fue la siguiente: “Las cuencas de todos los grandes ríos
están en alerta por desbordamiento, excepto la del Júcar y la del Segura”. Ahí
te quería yo ver, caporal.
El caporal
no es otro que Zapatero, claro está. A la mañana siguiente de tomar posesión,
en mala hora, como presidente del gobierno -ah, funesto y ensangrentado 11-M-, lo
primero que hizo fue cargarse el más ambicioso plan que vieran los siglos
patrios, pergeñado que fuera por su predecesor: el Plan Hidrológico Nacional
(PHN). Por eso y sólo por eso, el tal Zapatero quedará para la historia como el
más nefasto de los políticos que en España han sido. Para mí, claro. Es que a
uno le fascinan las grandiosas obras públicas, los grandes puentes, los largos
túneles, el canal de Suez, el de Panamá y por ahí, las que de verdad cambian
las vidas de las personas, y el PHN estaba llamado a ser la solución definitiva
a la gran injusticia hidrológica hispana: dejar correr hacia el mar, que es el morir,
el agua que tanto necesitan otras tierras.
“Ni una
gota”, dijera el señorito socialista Maragall. Era su forma de oponerse al
trasvase del agua ¡sobrante¡ desde el Ebro a las sedientas cuencas del Júcar y
del Segura, incluso a los desérticos regatos de Almería. Y así se hizo, por
obra y gracia del tal Zapatero, que no se atrevió a ponerle el dedo en la nariz,
qué nariz, a un nacionalista catalán. Por cierto, si yo fuera Rodríguez Ibarra,
me pensaría seriamente lanzarme con una piedra al cuello al desbordado
Guadiana: no podría vivir con el remordimiento de haber ido a Cataluña a pedir
el voto para los socialistas-independentistas, él, españolista beligerante.
He dicho
agua sobrante, sí. En efecto, para no herir la sensibilidad de ciertos ecologistas,
los que anteponen el bienestar de las plantas y animales al de las personas, se
trataba de trasvasar agua cuando el Ebro alcanzase nivel suficiente para que no
se viera afectado el ecosistema del delta del mismo nombre. Pues nada: ni una
gota. Prefirieron que miles de millones de metros cúbicos de agua vayan a dar a
la mar, que es el morir, metafóricamente, claro, que el mar está lleno de vida,
pero maldita la falta que le hacen unos millones de metros cúbicos de nada.
En estos
instantes, daría cualquier cosa por ser un profeta bíblico. ¿Que para qué? Para
lanzar una maldición sobre Zapatero y toda su descendencia, que así de suaves se
las gastaban los señores del Antiguo Testamento. Qué menos.