Decíamos ayer que, de no haber sido retrasada la edad
geriátrica, la labor del médico de cabecera hubiera quedado reducida a extender
los partes de baja y a recetar pañales y medias;
bueno, y a rellenar informes de todos los colores: "que se me ha olvidado
pasar lista en el paro y no me pagan el mes, si no dice usted que yo estaba
enfermo tal día"; y como esa, cien. Parece
un poco exagerado, pero no le anda lejos: el médico de cabecera es considerado, a todos los
efectos, el escribiente de la sanidad: "eso, que se lo haga el médico de cabecera", se permite decir cualquiera,
insisto, cualquiera.
Convaleciente mi hija en el Infanta, me dirigí a un despacho en busca del preceptivo parte de
baja, y hete aquí que un oficinista, zafio,
encima, me espeta con zafiedad que para eso debía de acudir al médico de cabecera, que él sólo me daba
un papel como que había sido
operada. Treinta y tantos años de médico y es la primera vez que veo esto. Pues aquí hace muchos años que no se dan bajas, me respondió zafiamente. Total, que no nos quedó más remedio
que acudir al escribiente, perdón, al médico de cabecera. ¿Es que no hay por ventura en ese gran hospital una
persona que le ponga al cirujano el papel de baja a la firma? Hombre, pedirle
al doctor que lo escriba todo de su puño y letra se me antoja demasiado. ¿Y si el médico de
cabecera hubiérase negado, aduciendo, un decir,
que el papel entregado por el oficinista no aportaba datos clínicos suficientes? Ustedes mismos, doctores.
Lo de los pañales es otra historia: eleva nuestra categoría profesional. Letamendi, un catedrático de anatomía de Madrid, no Marañón como dicen algunos, dijo: “El médico que sólo sabe de medicina, ni de medicina sólo sabe”. Ahí te quería yo ver,
caporal. ¿Se puede ser buen médico sin conocer las innúmeras clases de pañales que existen: rectangular, anatómico, con malla, sin ella, elástico, anatómico-día, anatómico-noche, supernoche, superleche, etc.? ¿O un buen cirujano cardiovascular, un suponer, sin
saberse al dedillo todas las clases de medias: corta, larga, hasta la cintura,
tipo panty, con blonda, con puntera, sin ella? Vamos anda. ¡Apelo al profesor Letamendi! ¿Cómo es
posible que un señor que ha realizado una interminable
operación de la cabeza, o del corazón, o de la aorta, pueda tirar por la borda toda su
formidable labor por no saber el tipo de pañal que hay que recetar al paciente en el caso de
que, a consecuencia de la cirugía, no
controle esfínteres? Pues sí señor. Eso
sucede hoy día. Pero no se preocupen: para eso
estamos los médicos de cabecera, orgullosos
herederos de la doctrina Letamendi.
Fue el caso que un día, en Barajas, me encontré a mi amigo el piloto con la manguera en la mano. ¿No me digas que tenéis que llenar vosotros los depósitos? Anda, y comprobar la presión de las ruedas, y mirar los niveles de agua y de
aceite, y rellenar los albaranes. ¡Coño!, parecéis médicos de cabecera, que además de cuidar a los enfermos, tenemos que hacer de
todo: menos barrer el centro de salud, de todo. Seis años de carrera y cuatro de especialidad para eso. No
saben la cara de asombro que puso.