Con un poco de suerte, la que siempre le faltó en décadas precedentes,
España podría proclamarse esta noche campeona de las Confederaciones
del fútbol, esa competición que se acaban de inventar los que inventan
estas cosas. He dicho lo de la suerte porque nuestra selección, que practica
a ratos un juego primoroso, que debemos a Luis Aragonés, no se olvide,
en el que prima la inteligencia sobre el músculo (es una delicia ver a los
bajitos del centro del campo marear al personal contrario), iba diciendo que
sin la ayuda de la fortuna en la lotería de los penaltis, España no hubiera
sido, recién, campeona de Europa, dos veces consecutivas (en la primera
eliminamos a los italianos, en la segunda a los portugueses), ni jugaría la
final de hoy, gracias a la tanda de penaltis ante los italianos, otra vez, el
otro día. En fin, sea como fuere, si esta noche ganásemos a los brasileños,
ojalá, no habrá quien aguante a los turiferarios de los medios que llevan
lo del deporte, que, por supuesto, no mencionarán el factor suerte. No
obstante lo cual, yo me alegraré muchísimo si el triunfo se produce, aunque
tenga uno que ser testigo del más exagerado de los triunfalismos patrios:
poco le ha de faltar si alguno no resucita aquello de antaño, “por el imperio
hacia Dios”.
Me alegraré no sólo por el aspecto meramente deportivo, sino, sobre
todo, por otra faceta, mayormente en relación con la información:
por ponerle un contrapeso a los sepultureros, o enterradores, como
prefieran, que se dedican al tedioso, tenebroso, odioso, mundo de la
información económica. Me explico: para los del deporte, España es la de
Manolo Escobar (todavía me sé sus canciones), o sea, la mejor; para los
enterradores, o sepultureros, los de la economía, ya saben, España es un
desastre sin paliativos y sin solución. No hay opinador profesional del tema
económico (son legiones entre prensa, radio y televisión) que te dé siquiera
un rayito de esperanza, sino todo lo contrario, que parece que estuviesen
deseando que se produzca el crack definitivo. Anda y que no nos dieron la
tabarra con el rescate, cuando la prima de riesgo andaba por las nubes, que
manda huevos que un tecnicismo económico cargado de peligro (¿no me
digan que riesgo no les suena a peligro?) haya pasado a formar parte del
acervo popular, del pesimismo popular diría yo, que su eclosión mediática
se ha debido a su desmesurado crecimiento, o sea, cuanto más alta, más
riesgo, ¿o no? Sociólogo por libre que es uno, puedo asegurar y aseguro,
que esos señores no tienen ni idea del daño tan ingente que están haciendo
al inconsciente colectivo del país (algún día me darán la razón).
Es que digo yo que las cosas, que no van muy bien, hay que explicarlas,
sí señor, pero no con esa carga de pesadumbre que ponen todos en la
cuestión, excepto un sabio de la cosa, Ramón Tamames, que se atrevió a
decir en estas páginas, que no hay que dramatizar, con un par.
Mal soporto, ya digo, el incensario vergonzante de los telediarios en las
victorias deportivas, que parece que no hubiera otra cosa más importante en
el mundo, pero mucho peor llevo lo de los funerarios de la economía con
sus dramatismos rayito de esperanza. Aúpa España.
España podría proclamarse esta noche campeona de las Confederaciones
del fútbol, esa competición que se acaban de inventar los que inventan
estas cosas. He dicho lo de la suerte porque nuestra selección, que practica
a ratos un juego primoroso, que debemos a Luis Aragonés, no se olvide,
en el que prima la inteligencia sobre el músculo (es una delicia ver a los
bajitos del centro del campo marear al personal contrario), iba diciendo que
sin la ayuda de la fortuna en la lotería de los penaltis, España no hubiera
sido, recién, campeona de Europa, dos veces consecutivas (en la primera
eliminamos a los italianos, en la segunda a los portugueses), ni jugaría la
final de hoy, gracias a la tanda de penaltis ante los italianos, otra vez, el
otro día. En fin, sea como fuere, si esta noche ganásemos a los brasileños,
ojalá, no habrá quien aguante a los turiferarios de los medios que llevan
lo del deporte, que, por supuesto, no mencionarán el factor suerte. No
obstante lo cual, yo me alegraré muchísimo si el triunfo se produce, aunque
tenga uno que ser testigo del más exagerado de los triunfalismos patrios:
poco le ha de faltar si alguno no resucita aquello de antaño, “por el imperio
hacia Dios”.
Me alegraré no sólo por el aspecto meramente deportivo, sino, sobre
todo, por otra faceta, mayormente en relación con la información:
por ponerle un contrapeso a los sepultureros, o enterradores, como
prefieran, que se dedican al tedioso, tenebroso, odioso, mundo de la
información económica. Me explico: para los del deporte, España es la de
Manolo Escobar (todavía me sé sus canciones), o sea, la mejor; para los
enterradores, o sepultureros, los de la economía, ya saben, España es un
desastre sin paliativos y sin solución. No hay opinador profesional del tema
económico (son legiones entre prensa, radio y televisión) que te dé siquiera
un rayito de esperanza, sino todo lo contrario, que parece que estuviesen
deseando que se produzca el crack definitivo. Anda y que no nos dieron la
tabarra con el rescate, cuando la prima de riesgo andaba por las nubes, que
manda huevos que un tecnicismo económico cargado de peligro (¿no me
digan que riesgo no les suena a peligro?) haya pasado a formar parte del
acervo popular, del pesimismo popular diría yo, que su eclosión mediática
se ha debido a su desmesurado crecimiento, o sea, cuanto más alta, más
riesgo, ¿o no? Sociólogo por libre que es uno, puedo asegurar y aseguro,
que esos señores no tienen ni idea del daño tan ingente que están haciendo
al inconsciente colectivo del país (algún día me darán la razón).
Es que digo yo que las cosas, que no van muy bien, hay que explicarlas,
sí señor, pero no con esa carga de pesadumbre que ponen todos en la
cuestión, excepto un sabio de la cosa, Ramón Tamames, que se atrevió a
decir en estas páginas, que no hay que dramatizar, con un par.
Mal soporto, ya digo, el incensario vergonzante de los telediarios en las
victorias deportivas, que parece que no hubiera otra cosa más importante en
el mundo, pero mucho peor llevo lo de los funerarios de la economía con
sus dramatismos rayito de esperanza. Aúpa España.