Exultantes están
los hombres y mujeres del tiempo, esas estrellas emergentes. Por fín se han
alcanzado/superado los cuarenta grados que con tan fervoroso entusiasmo nos
venían pronosticando, como si el calor fuera una cosa rara en estas latitudes.
“En el ático, los termómetros hace un buen rato que han estallado todos”,
escribía, 1982, Manuel Vicent, semblanza de Maruja Mayo, aquella genialoide y
provocatriz pintora, a la que Alberti se llevó al río, sabiendo que no era
mozuela. Es que raro, lo que se dice raro, sólo hubo un verano, aquél que
cantase Sabina (si no le dan el Príncipe de Asturias, sería pa matar a los
miembros del jurado), tan raro, tan raro “que no paró de nevar”.
“Algunas
veces suelo recostar, mi cabeza en el hombro de la luna”, no, no, que se me va
la pinza detrás de Joaquín. Yo lo que quería era hablarles de otra cosa. “Esa
frase necesita mármol”, dice Carlos Herrera, el hombre que demuestra a diario
que la genialidad y la alegría no son incompatibles. Mármol herreriano, sí,
están pidiendo a gritos los informadores del tiempo. Me explico.
Hubo un
tiempo en que la información deportiva era una parte más de la información en
general. Mas hete aquí que, andando el tiempo, la criatura fue creciendo y
llegó un día en que se fue de casa, y de este modo nacerían programas
exclusivos sobre el particular, Radio Gaceta de los Deportes, sin ir más lejos,
que va por la sexta década de vida. Hasta llegar a la apoteosis actual: de
programas inacabables y tertulias vocingleras y barriobajeras (nos vamos a
enterar como salga lo de Madrid 2020).
Del mismo
modo, perdón, en el mismo orden de cosas, tres cuartos de lo mismo sucedió con
la información económica. Durante años, la economía ocupó un lugar marginal en
prensa (en páginas recónditas), radio y televisión. Luego, empezarían a
dedicarle unas páginas color salmón, que Antonio Muñoz Molina y yo siempre
tirábamos a la primera papelera, y más tarde, periódicos enteros, como el As y
el Marca, pero en economía. Hasta llegar a la apoteosis actual, en que los
economistas, “que se ven a sí mismos como científicos” (Muñoz Molina dixit), o
sea, los contables de toda la vida, los que no dan ni una en el clavo a la hora
de hacer predicciones, según Daniel Kahneman, psicólogo premiado con el ¡Nobel
de economía!, han acabado enseñoreándose de los medios.
Les ha
llegado, pues, el tiempo a los del tiempo. Por tanto, puedo proponer y propongo
que, en breve, principien a editarse periódicos sobre el particular, como el As
y el Marca, ya saben, y que, asimismo, sean auspiciadas tertulias sobre
meteorología y climatología (no son la mismas cosa). El éxito está asegurado,
ya lo verán. El estudio de los fenómenos meteorológicos es hoy una disciplina
en la que se emplea la más moderna tecnología, a más de ser, desde el punto de
vista académico una rama de la física. Será por tanto una delicia escuchar a
los meteorólogos de verdad (no a los saltimbanquis) hablar del influjo del
efecto Coriolis, un suponer, en la evolución de las borrascas. Para los
saltimbanquis al uso aconsejo el uso de términos parecidos a sus congéneres del
deporte (partizado, golazo y tal): calorazo, nevazo, chubascazo, vientazo,
tormentazo y por ahí seguido.