Ha dicho Martín Chirino que no puede ser que el dinero sea el fundamento de una civilización. El
señor Chirino es un osado, un suicida, por muy consagrado escultor que sea. Lo llega a decir delante
de cierta señora que yo me sé, y le saca los ojos en el inte, tal que estuvo a punto de hacerme a mí,
aquella vez que dije algo parecido en su presencia: no me sacó los ojos, pero me fui a casa con la
cara llena de arañazos. Yo lo que quise manifestar es que el dinero no lo es todo, que de toda la vida
habían existido profesiones que gozaban de considerable prestigio social, si bien en ellas se ganaba
lo justito para vivir decentemente. Algo parecido a lo que cuenta Anna Caballé sobre una prima
de la madre de Umbral, cuando fueran a pedir posada para una soltera embarazada, la madre del
escritor: "Su marido era el fiscal del juzgado de Valencia de don Juan, es decir, un sueldo ajustado,
pero una posición social muy respetable". Por entonces uno no había leído lo precedente, pero de
nada me hubiera servido ante semejante vacaburra.
La señora de los arañazos no es una persona relevante. Hablo de ella proustianamente, con perdón
(Proust eleva a la criada a la categoría de personaje literario), como paradigma de esa rampante
corriente social, que como dice Chirino, tiene al dinero como único dios verdadero. Por entonces
uno no había leído tampoco a Bertrand Russell, pero de nada me hubiera servido argumentar
que "en Europa, además de los círculos comerciales, todavía existen otros círculos con prestigio".
Por ejemplo: "Un hombre de ciencia puede ganar dinero o no, pero desde luego no es más respetado
si lo gana que si no lo gana". O esto otro: "A nadie le sorprende enterarse de que un ilustre general
o almirante es pobre; de hecho, en tales circunstancias, la pobreza misma es un honor". Si le hubiera
contado esto, me habría arañado todo el cuerpo.
Uno no pretende, claro es, hacer una apología de la pobreza, ni mucho menos decir lo que dijo
otro personaje, otrora muy influyente, Sigmund Freud, "el dinero es el estiércol de la sociedad",
pero lo cierto y verdad es que uno lleva con un punto de desazón la pérdida de consideración
social de la que antaño gozasen algunos profesionales que nunca se caracterizasen precisamente
por su altos jornales: maestros de escuela, profesores de instituto, con sus catedráticos y todo, y
no digamos los catedráticos de universidad, que eso ya era para nota, o el prestigio de la carrera
judicial, o el de la milicia, y por ahí seguido. Dicho de otra manera: a uno le produce como una
especie de asquito que la relevancia social venga determinada sólo por el triunfo económico.
¿Que no? Los futbolistas y demás tuercebotas. Dígame más de tres futbolistas que sepan hablar
(de escribir ni hablamos) sin faltas de ortografía. Pues ahí los tenemos como dueños y señores del
cotarro. Hoy, por culpa, sí, de los medios de comunicación (perdónalos, señor, porque no saben
lo que hacen), todos los niños quieren ser Messi, Fernando Alonso o uno de los que corren en
los "amotos", que si alguno dijera que quiere ser maestro, un decir, de inmediato sería considerado
como el tontito de la clase. ¿Verdad usted, señor Chirino?
señor Chirino es un osado, un suicida, por muy consagrado escultor que sea. Lo llega a decir delante
de cierta señora que yo me sé, y le saca los ojos en el inte, tal que estuvo a punto de hacerme a mí,
aquella vez que dije algo parecido en su presencia: no me sacó los ojos, pero me fui a casa con la
cara llena de arañazos. Yo lo que quise manifestar es que el dinero no lo es todo, que de toda la vida
habían existido profesiones que gozaban de considerable prestigio social, si bien en ellas se ganaba
lo justito para vivir decentemente. Algo parecido a lo que cuenta Anna Caballé sobre una prima
de la madre de Umbral, cuando fueran a pedir posada para una soltera embarazada, la madre del
escritor: "Su marido era el fiscal del juzgado de Valencia de don Juan, es decir, un sueldo ajustado,
pero una posición social muy respetable". Por entonces uno no había leído lo precedente, pero de
nada me hubiera servido ante semejante vacaburra.
La señora de los arañazos no es una persona relevante. Hablo de ella proustianamente, con perdón
(Proust eleva a la criada a la categoría de personaje literario), como paradigma de esa rampante
corriente social, que como dice Chirino, tiene al dinero como único dios verdadero. Por entonces
uno no había leído tampoco a Bertrand Russell, pero de nada me hubiera servido argumentar
que "en Europa, además de los círculos comerciales, todavía existen otros círculos con prestigio".
Por ejemplo: "Un hombre de ciencia puede ganar dinero o no, pero desde luego no es más respetado
si lo gana que si no lo gana". O esto otro: "A nadie le sorprende enterarse de que un ilustre general
o almirante es pobre; de hecho, en tales circunstancias, la pobreza misma es un honor". Si le hubiera
contado esto, me habría arañado todo el cuerpo.
Uno no pretende, claro es, hacer una apología de la pobreza, ni mucho menos decir lo que dijo
otro personaje, otrora muy influyente, Sigmund Freud, "el dinero es el estiércol de la sociedad",
pero lo cierto y verdad es que uno lleva con un punto de desazón la pérdida de consideración
social de la que antaño gozasen algunos profesionales que nunca se caracterizasen precisamente
por su altos jornales: maestros de escuela, profesores de instituto, con sus catedráticos y todo, y
no digamos los catedráticos de universidad, que eso ya era para nota, o el prestigio de la carrera
judicial, o el de la milicia, y por ahí seguido. Dicho de otra manera: a uno le produce como una
especie de asquito que la relevancia social venga determinada sólo por el triunfo económico.
¿Que no? Los futbolistas y demás tuercebotas. Dígame más de tres futbolistas que sepan hablar
(de escribir ni hablamos) sin faltas de ortografía. Pues ahí los tenemos como dueños y señores del
cotarro. Hoy, por culpa, sí, de los medios de comunicación (perdónalos, señor, porque no saben
lo que hacen), todos los niños quieren ser Messi, Fernando Alonso o uno de los que corren en
los "amotos", que si alguno dijera que quiere ser maestro, un decir, de inmediato sería considerado
como el tontito de la clase. ¿Verdad usted, señor Chirino?