Cuando vi
aparecer al señor Monago, flanqueado de chinos (no sabía yo que el señor Bono era
de por aquí) abriendo un telediario en la televisión china, no sólo se me cayó
el escaso montoncito de comida que con tanto denuedo había conseguido reunir en
la punta de los palillos, eso sí, con ayuda de los dedos (a ver, no había ni un
cachito de pan con que ayudarme), sino que se me cayeron los palillos también.
Lo de la boca abierta por la sorpresa se da por supuesto.
Resulta que
me hijo, por imperativo profesional, viaja de vez en cuando a lugares remotos,
bueno, remotos eran antes, que ahora parece que el mundo se nos ha quedado
pequeño. Esta vez le tocaba Shanghay. Ustedes ya saben que a mí me gusta viajar
más que a un tonto un charco, y como me quedasen unos días de asueto, me dije,
al modo sabiniano, cuando se encontró a su mujer, “se llamaba digamos que
Maruja”, con un señor en la cama: “¡ésta es la mía!” (es que el pobre nunca había
estado en una orgía). Total, que nos liamos la manta a la cabeza, mi santa y
yo, y ni cortos ni perezosos, nos plantamos con nuestro hijo en la gran urbe
asiática (urbe parece más grande que ciudad). Y aquí estamos, inmersos en la
inmensidad de Shanghay, desde donde les envío esta ‘orgullosa’ crónica viajera.
Mi hijo sabe
inglés, pero no chino, por lo que difícilmente podíamos enterarnos de qué iba
la cosa. Hasta que pusieron, escasos segundos, el sonido directo de las imágenes
y escuchamos decir al señor Monago algo así como que “la cultura puede ser el
vínculo de unión entre los pueblos extremeño y chino”. ¡Ángela María!, exclamé.
Fue el caso que, para ilustrar la noticia, pusieron alternativamente un mapa de
China y uno de Extremadura, ocupando ambos toda la pantalla, con lo que la
sensación que daba era que ambos territorios eran de pareja extensión. “Nosotros
somos de ese mapa”, le dijo mi hijo, en inglés, claro, al camarero, que no sólo
puso cara de alegre sorpresa, sino que en voz alta se lo trasmitió, en chino,
claro, al resto de los comensales. La que se armó fue de padre y muy señor nuestro: todos los chinos, uno a
uno, pasaron por nuestra mesa, haciendo una inclinación de cabeza, al tiempo
que decían algo así como “president Munago”, “president Munego”, “president
Monoga”, “president Monogu”. No se rían: seguro que ustedes tendrían la misma
dificultad para pronunciar correctamente el nombre de un dignatario chino (les
recuerdo que Bush hijo llamó ‘Ansar’ a su amigo Aznar).
Les he
hablado de sorpresa, pero no les he hablado de alegría. Sí, la alegría que
supone ver, en el mismísimo Shanghay, a tu tierra extremeña estableciendo
relaciones culturales, de tú a tú, con el gran gigante asiático. La misma
alegría que sentí cuando, de viaje por nuestra comunidad el presidente Patricio
Aylwin, se dijo que aquello servía para estrechar lazos entre Chile y
Extremadura. O cuando, tres cuartos de lo mismo, fuéramos visitados por una
legación israelí: los mismos lazos entre Extremadura e Israel. O cuando
etcétera.
Para que
luego vengan los agoreros, ese Ignacio Camuña y sus conferencias, a decirnos que
las Comunidades Autónomas han resultado un oneroso/ruinoso fracaso.