“La del
pirata cojo, con pata de palo, con parche en el ojo, con cara de malo”, canta
mi admirado Joaquinito, que el otro día se llevó un buen susto, en una de sus
más célebres creaciones músico-literarias (no cejaré hasta conseguir que le
concedan el Príncipe de Asturias, sólo o con Serrat incluido). ¿Vetaría hoy
Barcelona una foto del pirata cojo? Casi con toda seguridad. ¿Por la pata de
palo? No, por el parche en el ojo. Eso es lo que acaba de hacer la Ciudad
Condal con la espectacular foto de Juan José Padilla, destinada a publicitar
por todas las farolas una exposición de la World Press Photo, imagen que fuera premiada,
para más inri, el año pasado por dicha entidad periodística. En la misma, aparece
el torero con gesto severo, calzándose la montera y luciendo parche negro en el
ojo que no tiene: lo perdió en violentísimo percance taurino. Como protesta por
la medida, no servirá para nada, un nutrido grupo de “intelectuales y artistas”
se han retratado de la misma guisa.
La decisión se incardina, claro es, en la
actitud beligerante que la Cataluña oficial, perdón, Catalunya (se entera
Vázquez Montalbán, charnego él, y me excomulga) viene mostrando contra la fiesta nacional: no quieren ver los
toros ni en fotografías. Pero no es lo malo eso. Uno entiende, hasta cierto
punto, el antitaurinismo rampante y sonante en aquella parte España, perdón del
Estado. Pero lo que no le cabe en la mollera es que los taurinos no defiendan
con uñas y dientes a los protagonistas de la fiesta. Me explico. A Padilla, al
gladiador Padilla, le sobran redaños (léase lo que proceda) para seguir
toreando con el ojo que le queda. Eso no tiene discusión (mi hermano Feliciano
dice que ahora va más gente a verlo, por el morbo de la cosa). Sin embargo, uno
ha echado y echa en falta que ninguna, lo que se dice ninguna, de las miles de
sociedades taurinas que hay esparcidas por el suelo patrio haya dicho ni
palabra en defensa de dicho diestro, que habría estado feo que la idea partiese
de su entorno. Puesto que el toreo es cosa de dos, toro y torero, ¿no habría
sido lógico que alguien hubiera propuesto cierta reciprocidad de parte del
animal? No me estoy refiriendo a serrarle uno de los cuernos a los toros que le
tocasen en suerte, lo cual resultaría altamente antiestético. No. Me refiero a
otra medida más sencilla de aplicar, en la que más de uno ya estará pensando.
En efecto, se trataría de colocar un parche negro en uno de los ojos del toro, tanto
da, con lo cual ya estarían ambos, toro y torero, en igualdad de condiciones.
Ni que decir tiene que, al tratarse de un adminículo negro, el aspecto
estético, primuns movens de la tauromaquia desde que llegase don Juan Belmonte -¿o
no?-, quedaría a salvo. En el caso de un toro ‘ensabanao’, como el de la
gloriosa faena de Antoñete, en las Ventas, se le coloca un parche blanco,
blanco roto, y aquí paz y después gloria. ¿Ustedes creen que protestarían los
compañeros de terna? Sería pa matarlos.
Defendamos, pues,
a los protagonistas de la fiesta: con una rotunda respuesta a la actitud
despreciativa de los ásperos censores de la muestra.